Logo

Logo

martes, 30 de abril de 2013

Martes es mejor


Me levanto temprano en la mañana, desayuno y me tomo un purgante. Llevo meses de comida basura y cae bien limpiar el cuerpo. Salgo en el carro y llevo a mi hermana a su oficina. Luego entro a Granahorrar para dejar el carro mientras hago una vuelta cerca. Salgo del carro y camino hasta el ascensor más cercano, que me deja en una salida nueva para mí, en un callejón que desemboca en la 11. Aun tengo sueño. Qué diablos, pienso, necesito un café antes de hacer cualquier otra cosa.

Entro al centro comercial y recuerdo sus corredores que en los ochenta estaban cubiertos por tapete. Parecía una extensión de tu casa, muy acogedor, no hacía frío. Un dolor de cabeza en términos de aseo pero ese no era mi problema. Así que me quedo con la agradable idea del centro comercial entapetado que invitaba a caminar descalzo.

Me quedo en uno de los dos cafés de la plaza principal, el que tiene un sofá disponible con un periódico del día en la mesa. Voy a la caja y la mujer que atiende está más dormida que yo. Saca un par de billetes de la caja registradora, una factura y me las entrega.

- Eso no es mío, acabo de llegar. Le digo y le devuelvo lo que me acercó en el mostrador.
- Buenos días señor, un momento.
- Un café americano.

Tomo el café mientras ojeo el periódico y a una gatita a dos mesas de la mía, con su estrecho vestido azul y carpeta empresarial del mismo color. Voltea a mirar hacia mi mesa y atrás mío. Está sola en la mesa, lástima que sea tan temprano y sin un par de tragos encima para atacar. Llega la persona a la que espera y mi estómago se revuelve. Purgante y café son una mezcla efectiva. La evacuación está próxima.

Comienzo a caminar por los corredores caprichosos en búsqueda de un baño. Paso por un local de discos aun cerrado, otros de carros y plumas ya abiertos y veo un baño al fondo. Entro y veo que está ocupado. Habrá que ir al segundo piso, pienso.

Subo las escaleras y veo una pareja sentada abajo en una silla, el tipo en papel de difícil y ella tratando de darle un beso. Llego al segundo piso y camino hasta el baño. Misión cumplida. Me siento claro y despejado y mientras camino veo algo en el fondo, en una esquina del tercer piso. Tengo que comprobarlo. Hace mucho tiempo que no veía ese local.

Es Domo, la pizzeria familiar con banda en vivo y baja luminosidad propicia para atacar a una gatita como la azul que estaba en el café del primer piso. Ahora es un local que tuvo épocas mejores. Lo digo porque ya no tiene el espacio para la banda. Bueno, aun no es mediodía, pienso, puede que lo organicen después. Recuerdo cuando tenía 10 años y había un comercial en la tele de Domo. Fue un hit en su época. Hoy es un restaurante más para las oficinas de la zona.

A la vuelta encuentro dos locales de venta de discos, increíble, en esta época de crisis del mercado discográfico Granahorrar (ahora tiene un nombre distinto pero me da igual, para mí sigue siendo el centro del logo de los caballos y se llama Granahorrar) tiene tres tiendas en el tercer piso. La otra hace parte de una gran cadena, pero las dos que tengo al frente son independientes. Incluso una de ellas no tiene nombre. Entro sin pensarlo dos veces.

Acaban de abrir, el local es pequeño y tiene dos empleados. Un hombre que está llegando a los cincuenta y una mujer tal vez unos 10 años menor que el tipo. Los dos tienen pereza, me miran sin hablar y yo tampoco quiero hacerlo, así que entro y comienzo a revisar sus estantes. Mucha música en promoción, buena parte del catálogo de discos Fuentes, cine colombiano en DVD, afiches de Metallica y Guns N' Roses. También hay juegos de mesa y algunas porcelanas.

Me detengo un rato en una edición de Blue Lines de Massive Attack, remasterizado en 2012 y en una hermosa edición de caja de cartón. En la parte posterior hay un diseño impreso del embalaje de la caja, de tal forma que cada canción hace parte del mapa como una pieza del engranaje. Aunque la edición supera a la que tengo en casa, no se trata de mi álbum favorito. Para mí Massive Attack es Mezzanine, ese oscuro, inteligente y sensual disco de 1998. Y lo comprobé al verlos en Barcelona. Mientras esto sucede el tipo mayor alardea a la mujer con sus ventas del día anterior:

- Sabe, ayer vendí el tablero de ajedrez, le dice a la mujer.
- ¿En serio? No le creo, responde ella mientras levanta varias pilas de libros, hasta que encuentra el tablero. ¿Y esto qué es, ah?
- ¿Qué le dije yo? ¿El de ajedrez? No, vendí fue el de parqués.
- Sí, como no, y se ríe mientras saluda a una vecina del local de al lado, que pide cambio para un cliente.

Salgo del local. Todo este tiempo he estado escapando a la vuelta que tengo que hacer esta mañana. Una cosa llevó a la otra. El ascensor equivocado al café, este al baño. El baño a Domo sin espacio para la banda, y luego al local de discos. En un arranque de productividad que duraría poco, bajo las escaleras y a mitad de camino veo una oficina del periódico que tiene en estos días una colección de música clásica de la que ya tengo dos números en casa. La oficina está al extremo del tercer piso así que tendré que bajar para volver a subir.

En esas estoy cuando veo en la misma silla de abajo a la pareja, el tipo todavía juega al difícil y ella da besos y lo abraza. Qué vagos, pienso. Me gusta su actitud. Llego a la oficina y los dos empleados hablan por teléfono en actitud relajada. Nada de tono comercial, ni esa falsa cordialidad del telemercadeo. ¿Quién fue el imbécil que trajo esa pesadilla al mundo moderno? Los call centers están de moda y dicen los expertos que Colombia tiene una ventaja competitiva en esa desesperante actividad.

La señora deja su llamada con un singular y lento "ya vuelvo", segura y tranquila. Le pago y me entrega una caja con cinco discos de Tchaicovsky y salgo feliz. Ahora sí puedo ir a hacer mi vuelta. La señora vuelve al teléfono y habla sobre el almuerzo. Bajo las escaleras y la pareja sigue ahí. El tipo cedió y ahora se besan. Camino por uno de los corredores laterales y me hago a un lado cuando pasa un empleado con una máquina para limpiar el piso. Recuerdo el tapete, Domo en su época de furor y el cine barato luego de las 10 de la noche al que venía con amigos del colegio. Épocas ociosas, y personajes ociosos que siguen pasando sus días en este sitio que solía llamarse Granahorrar.

lunes, 29 de abril de 2013

Las cosas perdidas


No es fácil perder una guitarra o un computador, pero cuando pienso en cuántas sombrillas y cuántos teléfonos celulares he perdido en menos de diez años me asombro. Son muchos y cada objeto que ya no está conmigo me lleva a una historia particular en un momento de mi vida.

Respecto a las sombrillas, recuerdo una que mi mamá guardaba con especial cuidado. Pequeña, azul, de finos brazos metálicos y elegante mango negro. Accedió a prestármela para que no mojara mi vestido nuevo; yo tenía 20 años y comenzaba a trabajar en esos días. Llovía mucho y tenía que ir a una reunión al centro. Tomé un taxi, llegué a mi reunión a tiempo y en el camino había escampado. Bajé del taxi, entré a la reunión y luego de un rato caí en cuenta que la sombrilla ya no estaba conmigo.

Con los teléfonos, recuerdo varias parrandas en las que desaparecieron, así como un par de atracos, uno en el centro de la ciudad cuando salía de la universidad, y otro una noche borracho, al salir de un bar y un grupo de adolescentes, gañanes y algunos con cuchillos, me hicieron entregarles mi billetera y un viejo motorola gris, que tenía un juego en el que caían números desde la parte superior de la pantalla y el rollo era tocar la tecla respectiva a cada uno antes que cayeran al piso.

Pero nada se compara a no tener sueños que recordar. Cuando perdí mis sueños hace un par de años me sentí vacío; una simple máquina de trabajo encargada de tareas específicas que se cumplen de manera aceptable. Fue aterrador. Siempre se sueña, solo que a veces los sueños no se recuerdan al despertar.

Solía soñar mucho cuando niño. Sueños muy vívidos. En especial recuerdo dos: uno en el que estoy solo en la mitad de un coliseo romano y un león viene hacia mí. En el otro, el más importante para mí, estoy parado en la carrilera y el tren está a punto de pasar, así que me lanzo al verde prado para salvar mi vida, todo esto mientras mi hermana y mi tía me ven desde el carro parqueado a unos pocos metros de la carrilera, y ríen a carcajadas. Yo me pregunto ¿cómo pueden reír si estuve tan cerca de la muerte? Pero siguen riendo. Durante años repetí tantas veces la historia a mi hermana, que terminamos por creer que era verdad. Mi sueño se convirtió en nuestra realidad, un extravagante recuerdo de un momento que construimos con palabras, no con hechos, y gracias al nivel de confidencia que solo se puede desarrollar entre hermanos.

Pienso en las causas para haber dejado de soñar y encuentro que la razón mal enfocada se convierte en un instrumento nocivo para los sueños; al caer en la trampa de sentir que ya se realizaron, o peor aún en la de la seriedad que exige la edad adulta: el ser realista. En fin, toda una serie de represiones que con el paso del tiempo se sienten más y más. Creo que la razón es solo una herramienta que debe ayudar a buscar la felicidad. Y esto es lo único que importa.

Es necesario romper con los paradigmas que limitan la libertad del individuo. En un mundo obsesionado con el dinero y las apariencias es fácil perderse a la vuelta de la esquina y a cambio de unos cuantos pesos en la cuenta bancaria. Es una lucha, un jaleo diario entre el ideal y la necesidad material. Por otra parte, dejar a un lado la obsesión por el control, permitir que la esencia fluya y la inspiración se mueva a su ritmo.

Recuperar mis sueños en las mañanas es alentador. Saber que una fuerza inconsciente trabaja y genera historias es algo misterioso y encantador. Los escribo y trato de recordar cada sensación, cada color, cada persona. Casi es medianoche, estoy cansado y quiero saber qué sucederá al apagar la tele.

De regreso al blog


Creo que cada momento deja una huella y de una forma u otra condiciona lo que vendrá en adelante, por acción o reacción, causa y efecto. Pienso que las cosas no suceden en vano, y que cada acto es material para la experiencia creativa.

Este blog estuvo abandonado por mucho tiempo.  Lo comencé hace seis años con escritos de la época en que probaba suerte con mi banda de rock, Singol Servin; las canciones se convertían en cuentos y las historias me daban material para algunos versos. El grupo se acabó en una época en que comenzaba a sonar bien como power trio, y lo mismo sucedió con mis escritos. Pero esa es otra historia. Lo importante por ahora es que el blog estuvo abandonado por algo más de 5 años.

Hoy es lunes, cuesta trabajo llegar a la oficina, comenzar semana y lo demás. El día comenzó soleado pero a mitad de mañana las nubes anunciaron la lluvia que llegaría al mediodía. Luego de leer las noticias del fin de semana, revisar la correspondencia, enviar mensajes y atender una llamada,  comencé a revisar el disco duro de mi portátil, en busca de algo, no sé qué exactamente, pero con el fin de subir mi ánimo. No sé cuánto tiempo pasé en esto, ni cuantos documentos revisé en total. Encontré un texto, guardado por última vez en 2010, y titulado “un paseo inmoral”. Lo leí y me reí por un buen rato. En esencia me gustó, y solo necesitaba unas frases para terminarlo. Así que sin pensarlo más, escribí un par de líneas y estuvo listo. Mi siguiente pensamiento fue sobre este blog, y los varios años que lleva sin una entrada nueva. Para cuando sucedió todo esto, ya era hora del almuerzo y me esperaban en casa de mis papás, así que dejé hasta aquí el asunto y me fui a comer.

Cuando llegué a casa de mis papás, encontré a mi viejo sentado en una silla, rodeado de montañas de papeles, libros y carpetas. Parecía que los dos pasamos la mañana buscando algo entre nuestros escritos, lo cual me pareció divertido:

- ¿Estás empapelado? pregunté.
- Sí. Estoy buscando algo que escribí hace unos años, me respondió.
- Qué curioso. Yo hacía lo mismo en la oficina. ¿Escritos sobre qué?
- Sobre historia política reciente, algo de la época de Barco. ¿Vé, y sabes qué habrá pasado con esto? Quisiera retomarlo.

Me entregó una hoja donde escribí la dirección web de su blog y sus contraseñas, hace un par de años. Me sentí asombrado. Mi papá y yo no solamente pasamos la mañana buscando escritos entre nuestros archivos, él en su casa y yo en mi oficina, sino que también tuvimos el mismo deseo por escribir en nuestros blogs abandonados.

- No sé, pero te lo puedo decir ya, dije.
- Maravilloso.

Busqué en mi teléfono y vi que su blog seguía abierto. Por supuesto el mío también.

- Bueno, pues parece que es un buen día para publicar, le dije.
- Ya está el almuerzo, vamos.

Debajo de estas líneas está la historia que encontré en mis archivos. Un paseo inmoral, inspirada en la canción de Cerati y en historias de parrandas en la oscura ciudad que es Bogotá.

Un paseo inmoral


La primicia del día en el noticiero de la noche: Miko Leghamer capturado al llegar de Panamá, perseguido por la ley luego de una caída operación conjunta coordinada por Lucho Matanzas, granuja dedicado al tráfico de cocaína y propietario de una red de camiones distribuidores de harina de panadería. Leghamer era una lacra perseguida por las autoridades europeas por estafa en venta de vehículos, además del asunto de las drogas, y había quedado en entregar 500.000 verdes a Lucho por el negocio en Panamá. Parece que no cumplió el pacto y alguien lo delató. Miko fue capturado al entrar a Colombia, fingiendo ser holandés,pero con esa pinta de gañán criollo y acento sureño, solo un idiota podría haber caído en su patraña.

Apago la tele, sigo bloqueado, llevo días sin escribir una maldita nota y comienzo a desesperarme. Nada tiene sentido y no encuentro una idea, un sentimiento digno de mi hermosa Casino, la misma guitarra de Lennon y Harrison en la Caverna, me digo para darme ánimos, pero no funciona para nada.


La semana pasada quedé en salir a tomar unos tragos esta noche, con Joao Fandango y Jerónimo, viejos amigos que no veo hace algún tiempo. Joao viajará pronto así que es la última oportunidad de pasar un rato juntos. Hago un par de llamadas y por lo que me cuentan, estaban el uno escribiendo en su casa y el otro haciendo compras en el supermercado con su mujer. Quedamos en vernos en la casa de Joao. Jerónimo estará cerca, pues visitará la obra del local que remodela a unas pocas cuadras. Iremos a evaluarlo y a estrenar, dice Fandango. La noche será divertida.


No hay alivio en el placer, pienso, pero una botella helada de antioqueño funciona bastante bien. Jerónimo logró escapar de su mujer esta noche y ahora da patadas de ninja a la botella y frena justo antes del impacto, al estilo Mortal Kombat. Somos la primera generación Nintendo, y nuestros cerebros quedaron afectados con la consola ochentera, y luego más con la llegada del adaptador Nichiman/Nintendo y su versión Family/Nintendo.


Otra vez estamos sin mujeres, excepto Jerónimo. Fandango y yo terminamos con nuestras novias en el último mes, y el ambiente se calienta con los tragos, así como los chistes sobre las payasadas en común de años atrás. Va la segunda botella de antioqueño. Salimos a la calle, pasamos por el local que Jerónimo remodela, una tienda de artículos de lujo, aun en obra negra. Venga lo inauguro, dice Joao, y se orina en la esquina de la puerta de vidrio, mientras yo muero de risa y Jerónimo trata de no hacerlo, algo herido en su orgullo. Tomamos un taxi y nos dirigimos a la siempre abierta y oscura ciudad.


Llegamos al antro. “En viaje hacia la redención, la luz no deja de pulsar”, canto en mi cabeza: está en todos lados, viene y se va, al igual que un láser y el reflejo en la bola de cristales que cuelga en el centro de la pista; en frente nuestro una despedida de soltero termina con dos mujeres desvestidas de policía y solamente con sus cascos de motocicleta puestos, en una guerra de espuma que hace del homenajeado un desastre. El show que presenciamos es inspirador. Ya van tres botellas de antioqueño y otra frase de Cerati da vueltas en mi cabeza: dame algo dulce nena, suelo volver amargo; las mujeres abundan por todo el lugar, y de todos los tipos. En la pasarela la chica principal tira sus medias a un desprevenido espectador de primera fila, un baboso que luego recibe un golpe en la nuca del líder de su grupo, persuadiéndolo de cederle las medias al jefe de la manada.


Comenzamos a desaparecer, uno a uno, retirándonos por un corredor oscuro. Cuando regreso encuentro a Fandango llorando en la mesa; en un par de días se irá a vivir a Francia y borracho, se ha puesto sentimental. Un par de tragos y la fiesta sigue como si nada. Jerónimo regresa a la mesa y se despide, dice que se va a cuidar a su vieja: “creo que tiene gripa, ¿me presta su chaqueta?” La situación es absurda y yo estoy muy borracho, así que solo puedo decirle que es una pena que se vaya, pero que se olvide de llevarse mi chaqueta.  


Cuando salimos del antro es de día y el sol brilla en el cielo, deben ser casi las siete de la mañana. Siento ganas de vomitar y un cosquilleo horrible en el cuerpo al ver a las familias que hacen ejercicio por las calles. Es domingo, la ciclovía ha comenzado y nosotros no hemos terminado la noche. Siento frío, la boca seca y caminamos por inercia. Entramos al supermercado más cercano, y mientras busco agua Joao desaparece. Doy un par de vueltas por el local y lo encuentro saliendo de la panadería: se está comiendo una almojábana, el muy asqueroso. No tengo nada en contra de las almojábanas pero, ¿en ese momento? Es increíble. Me da náuseas verlo, y es peor cuando oigo su propuesta: “sigamos caminando, el día está bien para hacer ejercicio”; le digo que está loco y tomo el primer taxi que veo en la calle y lo arrastro conmigo. Es hora de dormir, no soporto la calle y sus habitantes diurnos. Me quedo primero yo, Fandango sigue a su casa.


Despierto en la tarde del domingo, me siento un poco borracho, pero ya recobré mi movilidad normal y el habla sin trabas. Estoy eufórico, siempre sucede durante el par de horas previas al guayabo, así que cojo la guitarra, la conecto al ampli de tubos y encuentro un par de acordes distorsionados que reflejan mi estado de ánimo y comienza un caótico proceso de composición. Queda poco tiempo antes de caer en la depresión del guayabo, y las notas e ideas son lo que queda de una noche de juerga: un juego de azar, mi realidad y el Trip Despierto. Un paseo inmoral y su banda sonora.