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martes, 28 de mayo de 2013

De juerga en los congresos



Fue hace cinco años. Tenía a mi cargo la organización de un congreso. Conseguir patrocinadores, vender inscripciones y buscar conferencistas. Esta última parte era la que más me preocupaba pues es la que garantiza el éxito del asunto. No se puede poner a hablar frente a un auditorio de doscientas personas educadas a cualquier mequetrefe. Y en este país que menosprecia lo propio, los ponentes extranjeros son la fórmula ganadora.

El programa estaba bastante bien. Ponentes de Estados Unidos, México, Uruguay, España, Brasil. Invitamos también a un conferencista venezolano, amigo y conocido de uno de mis jefes. Confirmó su participación y me encargué de todos los preparativos para su llegada a Bogotá. Dos días antes del congreso recibí el correo de un exministro de ese país, en el que me reprochaba que no lo hubiéramos invitado al congreso como conferencista y sí a su paisano. Revisamos el asunto y decidimos traerlo también como invitado. La diplomacia primero.


La conferencia del personaje quedó en la agenda del segundo día, pero su llegada a Bogotá temprano el anterior. No lo vimos durante toda la primera jornada, tampoco en el cocktail  de la noche. Sin embargo aparecía registrado en el hotel luego de la llegada del vuelo que reservamos, todo dentro de los horarios previstos.


Llegó la hora de su conferencia. El tipo entró al salón a tiempo, tomó el micrófono y en menos de diez minutos se presentó, dijo que había sido ministro y ahora trabajaba en el sector privado, que había escrito un largo libro sobre el tema de su ponencia y que podíamos descargarlo de una página web. Acto seguido se despidió y se largó.


El siguiente conferencista era el venezolano conocido de mi jefe. Él se excusó por el comportamiento del anterior y durante un poco más de una hora hizo una charla interesante y divertida, con el buen humor que tienen los venezolanos y la empatía necesaria para cautivar la atención del auditorio y dejar atrás el incidente del extraño personaje.


Salí al lobby del hotel a buscar al siguiente conferencista, que venía en un taxi desde el centro de la ciudad. Mientras esperaba se abrieron las puertas del ascensor y vi salir al ex ministro abrazando a dos mujeres jóvenes, altas, de falta corta y que por la edad podían ser sus hijas. Un taxi los esperaba y los tres se sentaron en el asiento trasero. No volví a verlo jamás.


Un par de años después me encontré con un amigo argentino. Almorzábamos cuando le conté la historia del ex ministro de juerga en mi congreso. Me dijo que la última vez que lo vio fue en Los Angeles, unos meses antes y en una reunión a la que asistía gente de todo el continente. Un grupo en el que estaba mi amigo salió a comer y luego a tomar unos tragos. Al regreso se encontraron con un tipo que llegaba abrazado a una mujer, tan borrachos que cayeron al piso del lobby del hotel. Los ayudaron a parar y no sabían dónde estaban. No podían hablar. Estaban borrachos como cubas.


El hombre era el mismo personaje que vi en Bogotá abrazando a dos mujeres y escapando de la ponencia que tenía que dar. Mi amigo lo conocía y ayudó a identificarlo con el personal del hotel para que lo llevaran a su habitación junto con la mujer. Es un tipo raro ese ex ministro, me dijo mi amigo cuando terminamos el almuerzo. Es un gran juerguista, le dije y reímos recordando al personaje y sus parrandas. 

jueves, 23 de mayo de 2013

Retina


Este track es mi primera producción en un ipad. El encanto estuvo en el sonido del contrabajo y fue la inspiración para el resto.

 

domingo, 19 de mayo de 2013

El fin de una historia


Soy Filipo y despierto aún borracho. Estoy en mi cama, vestido, con los zapatos puestos y el sentimiento de culpa resultante de tres noches de fiesta, poco dinero en los bolsillos y un dolor de cabeza insoportable. Siento hambre y salgo de la cama para buscar algo de comer, luego de unos minutos de espera para que mi cabeza despierte.

Fueron tres noches de parranda del infierno. No veía el sol desde la tarde del jueves y ahora es domingo en la mañana. Buen momento para estar en casa, lejos de la gente que sale a la ciclovia. Anoche llegamos en un taxi, Enrique adelante y en el asiento de atrás nuestras dos acompañantes de la noche y yo. De las noches, pues se quedaron con nosotros en esta juerga desde el inicio: llegaron a nuestra mesa en un bar del centro de la ciudad, preguntando por nuestro próximo concierto, las invitamos a unos tragos y así seguimos hasta el domingo, buscando antros dónde seguir la fiesta, casas de amigos disponibles y más antros.

El taxista estaba molesto y amenazó con dejarnos en el camino si alguien vomitaba. Enrique contó una historia de nuestra gira por Estados Unidos y trató de echarse al bolsillo al tipo. Una de las mujeres estaba mareada y vomitó junto a mis pies. Yo grité y reí en ese momento, celebrando la historia de Enrique y como pretexto para que el conductor no se diera cuenta de lo que pasaba atrás. No recuerdo nada más. 

Solo fue un sueño, me digo sentado en la cama. Nada de eso. Pasan unos minutos y vuelvo a la realidad. Mi casa, nuestra casa. Llevo un par de meses viviendo en el mismo pequeño apartamento con Enrique y Paula, su mujer. Por una noche, la mía. Cuando los ingresos de la banda comenzaron a bajar decidimos vivir juntos, compartir un apartamento y así ahorrar algo de dinero. No habría pasado nada entre Paula y yo si no fuera por este espacio en común. Nuestra banda sobrevivió por este esfuerzo de convivencia que está a punto de terminar.

Sirvo un vaso de jugo de naranja y lo acabo de un solo sorbo. Caliento agua para el café y saco huevos y jamón de la nevera. Mientras preparo el desayuno recuerdo cuando la semana pasada citamos a nuestro manager en un bar. Discutimos sobre un posible contrato discográfico lleno de exigencias ridículas y luego de una botella de whisky llegamos a una pelea en la que Enrique, después de varios puños y patadas, rompió un vaso en su cabeza. Los de seguridad nos separaron y llamaron a la policía. Él pasó una noche en la estación y yo me quedé con Paula en la casa. Así sucedió lo nuestro.

Siempre me gustó Paula. Alta, blanca, delgada, pelo negro largo y ojos azules. Nadie pensaría que tiene dos hijos y un ex marido. Fue amable conmigo desde el inicio y veía algo más en sus ojos, pero no quise cruzar la raya hasta el día de la pelea en el bar. Esa noche después de la pelea estaba sola, cansada de todas las mujeres en la vida de Enrique y de la falta de dinero de los últimos meses. Ella fue a buscarnos a la estación de policía y regresamos juntos. En la casa tomamos una botella de vino, compartimos un cigarrillo y una cosa llevó a la otra, nos besamos y al final amanecimos en la cama de Enrique, mientras él dormía en la banca de la estación de policía y nuestro manager en un hospital. Qué noche fue esa. 

Los huevos están listos. Pongo un par de tajadas de pan en la tostadora y mantequilla en la mesa. Sirvo más jugo de naranja en el vaso y café en una taza blanca. El vaso largo de vidrio me recuerda al que Enrique rompió en la cabeza de nuestro manager y me río solo. Enrique y Paula aun duermen. La pelea de esa noche en el bar solo fue la última de muchas situaciones que llevaron a la banda a su final. 

Antes fue el asunto de la disquera. Esto sucedió el año pasado, cuando Enrique cazó una heroica pelea con un gran sello discográfico. No solo rechazó el trato sino que mandó a comer la mierda que encontraran a los directivos, al no dejar que “productores proxenetas” manosearan sus canciones, lo obligaran a escribir y cantar un mínimo de material comercial en cada disco, y cumplir con otra serie de estupideces de las que hablan los empresarios. Yo lo apoyé esa vez y aun comparto cada uno de los ideales que Enrique defendió. Sin embargo sabía que esa jugada no nos dejaría bien parados. En el mundo mafioso que es el espectáculo se paga un precio alto cuando se hacen cosas así.

Sin embargo siempre quisimos ser independientes y no arrodillarnos ante las condiciones de los oportunistas. Combatir al sistema, ser originales y libres. Sin límites. Pero sí que los hay. Y lo vivimos como individuos, cansados y conscientes del peso del desgaste de los años. Mi relación con Enrique perdió el encanto por la misma razón por la que me acerqué a él la primera vez que lo vi cantar: talento para actuar, escribir y ningún cuidado respecto al mundo que lo rodea. Solamente estaba él. Creo que el asunto entre nosotros tuvo que ver con estar saturados, el uno del otro. Llevábamos mucho tiempo juntos y todo se había vuelto aburrido y predecible. Seguíamos siendo cómplices de juerga, pero el entendimiento ya no era el mismo, por supuesto tampoco lo era ya la banda.

Y Paula en el medio de los dos. Siempre me pregunté cómo soportaba a Enrique y nuestras parrandas interminables, con mujeres nuevas cada noche y ninguna certeza de la hora de llegada a casa. Paula dejó de ir a los bares en que tocábamos luego de un año de vivir con Enrique. Se cansó del ritmo de la fiesta. Incluso con ella presente, Enrique hacía de las suyas y entre los dos repartíamos las ganancias de la noche. Y no hablo de dinero. Para él era algo tan natural y libre que nada podía hacerle cambiar de parecer. Y todos compartíamos el mismo credo, ella también. 

Enrique y Paula salen de su cuarto mientras termino el desayuno y se sientan en la mesa. Enrique y yo nos miramos con complicidad y aguantamos la risa cuando vemos la expresión en la cara de Paula. El ambiente se siente mal. Son demasiadas historias entre nosotros y el cansancio es evidente. Pasan unos minutos y luego Paula dice que irá a visitar a una amiga. Enrique la sigue al cuarto, cierra la puerta y discuten algo. La conversación sube a nivel de gritos y Paula sale del apartamento mientras dice que no volverá jamás. Ya habían peleado antes, pero nunca como esta vez. 

Me siento cansado y aturdido así que vuelvo a la cama, cierro los ojos y trato de poner mi cabeza en blanco, olvidar y dormir por un rato. Tengo la certeza de que no volveré a ver a Paula. Tomo el poco de agua que queda en el vaso que tengo en la mesa de noche y me siento vacío y cansado. Quiero dormir y que este día acabe para comenzar uno nuevo.

lunes, 6 de mayo de 2013

Santo Domingo


Soy guitarrista. Tengo algunos tracks en Soundcloud. Soy rockero y me gustan las distorsiones de tubo y el delay de cintas. Santo Domingo es una introducción, cargada de guitarras y sintes de guitarra.