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martes, 30 de julio de 2013

Un día cualquiera en Medellín

Mi vuelo sale de Bogotá a las 7:40 de la madrugada. Pido el taxi a las seis, mucho antes de lo necesario pero lo hago porque en media hora ya no llegará ninguno hasta mi casa en la hora pico. Así que salgo con las primeras luces del día, los ojos rojos y el sabor a trasnocho en la boca. Logré dormirme luego de ver de nuevo Gangster Americano. La historia sobre Frank Lucas, el tráfico de la innovadora blue magic y la persecución del honesto y mujeriego Richie Roberts me mantuvo despierto casi hasta la una de la mañana.   
  
Llego al aeropuerto y me siento orgulloso de mi cumplimiento y tiempo de sobra suficiente para tomar un café y comer algo. Tengo un poco más de una hora. No es algo usual para mí. Voy a la máquina de check-in y el mensaje termina con mi alegría: SU VUELO SE HA CERRADO. En la oficina de información me dicen que mi vuelo y el anterior están atrasados. Cerrados. Da igual.

- ¿Tiene equipaje? –pregunta la señora en información.
- Solo una maleta de mano –le respondo.  
- Entonces puede seguir INMEDIATAMENTE a la sala 2. Están abordando.

Mierda. A correr y alcanzar mi nuevo vuelo. Si llevara más equipaje habría tenido que empezar el día con una pelea con Avianca. No fue así. Alcanzo el vuelo de las 6:30 y viajo sin más problemas. Me quedo dormido y sueño profundamente por treinta minutos. Último descanso antes del comité que irá hasta mediodía.

Estoy en un teatro de paredes blancas, piso y sillas de madera, al igual que el techo del escenario. Al menos debe haber unas quinientas personas de pie, hablando y esperando a que la función comience. Me siento en la primera fila cuando un par de señoras salen detrás del escenario y llaman al público al orden y a tomar sus respectivos lugares.   

Cuando ya todos estamos sentados, el escenario se llena con una fila de veinte niños y niñas, vestidos de pantalón corto blanco y camisa azul. Se quedan parados mirando al público, estáticos. No hacen nada. Desde el fondo del escenario y a la extrema derecha se ve la cara de un señor de anteojos que hace señas a los niños. Abre sus ojos y agita las manos. Les dice: “¡niños! ¡seguridad, seguridad, seguridad!”. Pero no responden. Siguen callados. El niño de la mitad, gordo y de pelo amarillo comienza a llorar. La niña morena de al lado lo sigue y así sucede con el resto de niños. Lloran sin parar. Personas del público suben al escenario y acarician y cargan a los niños. Deben ser sus padres; o tal vez agentes del Estado benefactor.

Los niños en paro: lloran y la autoridad corre a calmarlos. Nada más efectivo que una buena pataleta para conseguir lo que se necesita. Más aún cuando la figura de poder es vulnerable. No funciona en mi caso. Solo me río de la situación. El gordito que comenzó la protesta se ha calmado y me mira a los ojos. No le hice caso a sus lloriqueos, pero tampoco me molestan. Termina la función y salgo a la calle.        

Ya es hora de almorzar. Pido un teppanyaki y un café al final en un restaurante del Parque Lleras. Salgo a caminar, doy un par de vueltas por el parque y las calles de los bares y restaurantes, hasta que llamo a un taxi a media cuadra con la mano. Voy para el aeropuerto. El tipo me saluda con cara de alegría y me dice:

- Hermano, sabía que usted me iba a traer suerte.
- ¿Por qué?
- Porque llevo tiempo esperando al man que está ahí vea –lo señala en el parque, sentado con su novia en las piernas– pero nada que suelta a esa viejita. Ese no iba a salir con nada.
- Seguro, mejor ir para Rionegro.

El taxista es un tipo simpático. En el viaje me cuenta de los preparativos de la ciudad para la feria de las flores, que comienza el viernes y que será una buena parranda; habla sobre su señora, que siempre pide que lo recoja cuando está ocupado como ahora. Una voz sale de su GPS y dice BAJE LA VELOCIDAD, SUPERA EL LIMITE PERMITIDO. El tipo me explica que su GPS tiene ubicadas las cámaras de control de la ciudad. Lo compró luego de varias multas por exceso de velocidad. Sesenta kilómetros por hora es un límite paquidérmico. Me gusta esta aplicación de ingenio criollo.

El taxista ha aprendido a ahorrar y ahora se guía por el panfleto titulado “cómo hacer rendir la plata como taxista”; incluye tips ahorradores, ubicación de cámaras de control de velocidad en la ciudad y lista de lugares turísticos para llevar a los clientes, con valor aproximado de las tarifas.  

Llego al aeropuerto de nuevo. Hice el chick-in en Bogotá así que entro a la sala de espera. No hay nadie de Avianca en la puerta número 2, asignada a mi vuelo. Paso a la siguiente y pregunto por mi vuelo a una señorita.

- Está retrasado. No ha salido aún de Bogotá.
- ¿Cuánto se demora en salir?
- No sabemos aún. ¿Trae usted equipaje?
- Solamente esta maleta de mano.
- Espere un momento.

Me pide mi tiquete y lo cambia por uno para el vuelo de las dos, que también está retrasado pero saldrá en veinte minutos. Otra vez tengo suerte. Busco un asiento en la sala de espera cuando veo en un rincón al antiguo presidente y socio de la principal firma comisionista de bolsa de Colombia, tristemente célebre por el escándalo que por poco se lleva al infierno al sector financiero nacional y sí logró la desaparición de la firma, al igual que los ahorros declarados y no declarados de muchos.

Ya no espera el vuelo en el salón VIP. Entre el pueblo hay menos chance de ser reconocido y tener problemas, pensará. Llaman a abordar el avión y es el primero en hacer la fila de clase ejecutiva. Entra pero se sienta en clase turista. Cómo cambian las cosas para estos personajes. Del tipo regordete en las portadas de las revistas queda poco. Se lo ve flaco, demacrado y malgeniado.  

Personajes divertidos y otros no tanto, un día cualquiera en Medellín. Pataletas, sol y un plato de comida. Me gusta llegar a Rionegro porque la transición es perfecta entre el clima de Bogotá y la montaña antioqueña, para luego, en menos de una hora cambiar la temperatura al llegar a Medellín. Y después del almuerzo, cuando el calor comienza a golpear a los bogotanos desacostumbrados como yo, subir de nuevo a la montaña y disfrutar de la fresca brisa que baja por Las Palmas. Mejor aun cuando se supera el límite de los 60 kilómetros por hora.
    

sábado, 27 de julio de 2013

Espectro


Ya han pasado semanas desde la última vez que puse algo de música en el blog. Aquí va algo acústico, así no lo parezca por los efectos. La base es una progresión en guitarra acústica, con un motivo que se mueve entre el enigma y la alegría.
    

miércoles, 24 de julio de 2013

Dos gañanes

Se encuentran en el Chorro de Quevedo. Leonidas es el neurótico cocinero de un restaurante tipo corrientazo de la Candelaria. Ananías es conductor de bus retirado y almuerza con frecuencia en el local de Leonidas para luego echar pola con los vecinos en la tienda de la carrera cuarta. Esa es su rutina de lunes a jueves. Hoy es viernes y Ananías hizo lo mismo que los días anteriores, comer y beber. Solo que ahora termina a pico de botella con la segunda botella de moscatel que compró uno de los vecinos de la cuadra. Se siente borracho ya cuando Leonidas pasa al frente de la tienda, de camino al supermercado de la quinta y para comprar cebollas y tomates.

- Leonito, papá. ¿Qué dice el artista? -grita Ananías.
- No me diga así, borracho hijueputa. Me llamo Leonidas.
- Yo lo llamo como se me da la gana Leonito. No pelié tanto y venga y departe un trago de mostacho con nosotros.
- No me joda que estoy ocupado. Tengo que ir al mercado.
- Ay tan juiciosa la Leonita. ¡Y tan linda que se ve con esas greñas largas biscocha!
- No me busque porque me encuentra viejo malparido -responde Leonidas mientras se arremanga la camisa y golpea con el puño su mano izquierda, en pose desafiante. 

Ananías responde al gesto con un eructo luego del cual rompe la botella vacía de moscatel contra la pared, para quedarse solo con el cuello y sus partes rotas en la mano. El dueño de la tienda y otro vecino intervienen para separarlos. Dos perros callejeros llegan ladrando atraídos por los gritos y dan vueltas alrededor de los cuatro personajes. Una anciana sale por la ventana de la casa al lado y ofrece un pedazo de salchichón a los perros para que dejen de ladrar.

- No qué va. Es que así no se puede -dice Leonidas mientras abotona su camisa. El Ananías no respeta ni a su madre y uno no tiene por qué aguantarle tanto abuso. 

Los vecinos murmuran, a la expectativa de lo que vendrá.

- A callarse ranas que va a predicar el sapo -dice Ananías mientras bota el cuello de botella al piso y se abre paso entre los vecinos y la anciana, ahora en la calle y rodeada de los perros que piden más salchichón. Asume pose de sabio que conoce la naturaleza humana y domina la situación y sigue:
- Ya pasó Leonito. Todo biento en popa. No se amargue que todo se lo digo por su propio bien. A lo bien que no hay mala intención de mi persona.
- Estoy mamado de su forma de ser y de cómo jode siempre. También en el restaurante. Es que usted tiene guevo Ananías.
- Pero Leito es que usted es muy mamón. El otro día le pedí la sal y me puteó.
- Sisas. Y lo vuelvo a hacer viejo resabiado. Ese plato estaba al peluche cafuche y no iba a dejar que se lo cagara.
- ¿Si ve Leonita? Usted es un mariquita muy cansón. 
- Mariquita su madre borracho hijueputa -grita Leonidas mientras le cae encima a Ananías y luego los dos convertirse en un revuelto de puños y patadas hacia las caras, cuellos y estómagos. Los vecinos tratan de separarlos de nuevo pero reciben por igual parte de la paliza así que se hacen a un lado. La anciana llora y grita desesperada mientras los perros la acompañan ladrando. Llegan más vecinos que rodean la pelea gritando "cásquele", "duro al Leonito", "defiéndase borracho".

Luego de un par de vueltas Ananías queda sentado contra una pared y con la espalda de Leonidas sobre su pecho. Lo tiene bloqueado al cuello con su brazo derecho mientras sus piernas cubren las de Leonidas por encima, quien se defiende dando puñetazos a ciegas hacia atrás y buscando la cara de Ananías. Logra ponerle un par de golpes mientras Ananías se defiende con el puño izquierdo. El viejo conductor domina la situación y se siente poderoso:

- ¿Quiubo a ver ñampiro? ¿Ahora sí frescavena o quesos? 
- ¡Usted no diga frío hasta no ver pinguinos! -responde Leonidas, para luego morder el brazo de Ananías, quien lo suelta entre gritos y lloriqueos.
- ¡Ayy! Cojan a este vampiro pirobo. ¡Me chupó la sangre! ¡Me chupó la sangre!

La anciana se desmaya y los vecinos corren a levantarla del piso. Leonidas corre hacia la quinta y los perros van detrás de él, mientras le grita a Ananías, aun en el piso y lamentándose por la mordida en su brazo:

- ¡No me vuelva a pedir la sal! ¡No me vuelva a pedir la sal!

domingo, 21 de julio de 2013

Señor Paranoia

Raul era el vicepresidente de investigación y desarrollo de una multinacional de la industria farmacéutica. Un tipo con estudios de doctorado en Alemania y los anteriores a tal grado en Francia e Inglaterra. Sobra decir que dominaba las lenguas nativas de estos países; era un científico nato que llegó a ocupar cargos directivos, gracias a su brillante visión del desarrollo de productos y tecnologías, solamente comparable con el nivel de paranoia y excentricidad que mantenía en su vida diaria.

Lo primero que hizo al ser nombrado vicepresidente fue despedir a su chofer y contratar a uno nuevo que además de conducir el auto asignado por la empresa, tenía en su hoja de vida cursos realizados que lo convertían en karateka. La musculatura del tipo daba crédito a la referencia y en sus ratos libres impresionaba a los compañeros de trabajo con demostraciones de movimientos y llaves de la disciplina japonesa. Raúl se sintió particularmente seguro con la elección de su chofer. Pero no sería así por mucho tiempo. 

Una noche el trabajo entre Raul y Carlos, vicepresidente financiero, se extendió hasta la madrugada y luego de salir de la oficina y cenar habían continuado en la casa de Raul, con el estudio de un proyecto para el montaje de una nueva planta de proceso. Al terminar la sesión de trabajo, Raul pidió al chofer que llevara a Carlos a su casa, pues habían salido de la empresa en el mismo auto. En el camino fueron interceptados por dos taxis de los cuales bajaron hombres armados que amenazaron a Carlos y al chofer karateka. Este último rompió en llanto y pidió a gritos que no lo maltrataran. Carlos no pudo aguantar la risa y por ello recibió un golpe con el culo del revolver en la frente.

Luego de la visita a los cajeros automáticos que sigue a este tipo de situaciones, Carlos y el karateka, que no paraba de llorar, fueron dejados desnudos y con las manos amarradas atrás con sus corbatas, en un campo al norte de Bogotá. Antes de irse, uno de los bandidos les dijo:

- Bueno hijueputas, aquí termina esta mierda y que sigan vivos depende de que se porten bien -dijo el tipo mientras les tocaba la nuca a cada uno con el cañón del revolver.
- Lo que usted diga señor, pero por favor no me haga nada -respondió entre llantos el karateka.
- Callate pues gallina hijueputa y te quedás viendo al piso por media hora o sino juro que me devuelvo y los mato malparidos. Ya oyeron bien media hora y nada de maricadas.

En ese momento Carlos oyó cómo los tipos se alejaban corriendo y luego de unos segundos subían al carro y se iban del lugar. Miró atrás, se aseguró que no había nadie cerca y le dijo al chofer:

- Párese ya, hombre. No hay nadie aquí. Vamos a buscar un teléfono.
- No, no me voy a parar. Dijo que esperara media hora y no han pasado cinco minutos -dijo con la voz quebrada antes de comenzar a llorar de nuevo.
- Ya pasó karateka, camine que no nos podemos quedar aquí toda la noche -respondió Carlos mientras se limpiaba la sangre de la frente con la mano.

Al día siguiente la historia ya era un clásico en la oficina y todos, incluso Carlos, se reían de la transformación del karateka en un cobarde incapaz de oponer la menor resistencia a los atracadores. Raul se había enterado de la historia al amanecer por una llamada de la empresa y no volvió a la oficina por las siguientes dos semanas. Envió un correo electrónico a vicepresidentes y directores de área en el que explicaba su ausencia así: "Apreciados, lo que sucedió anoche a Carlos y a mi chofer fue parte de un complot en mi contra, en el que probablemente están implicados los holandeses que nos presentaron una propuesta de venta de maquinaria y que rechacé hace poco. Temo por mi vida y es por esto que en los próximos días me estableceré en un lugar del que no puedo revelar su ubicación. Espero que puedan tomar las decisiones correctas en mi ausencia. Los saluda, Raul".

Para este momento ya nadie en la empresa tenía dudas acerca del particular carácter de Raul y de su paranoia sin límites. Su aspecto físico contribuía de buena manera a la construcción de su excéntrica personalidad: piel blanca, bajo de estatura, delgado, pelo crespo y rubio, bien peinado en las mañanas pero alborotado y con look afro al final de la jornada. En los días anteriores al "paseo millonario" el presidente de la compañía había invitado a una comida en su casa. Carlos y Raul trabajaron hasta la hora de la comida y llegaron juntos a casa de su jefe. Carlos se anunció en la portería y Raul esperó a un lado, cuando el portero los sorprendió al llamar por el citófono:

- Buenas noches, aquí se encuentran el doctor Carlos y su señora.

Cuando subieron al apartamento del jefe la risa era colectiva y el cuento de "Carlos y su señora" sería el chiste número uno de los invitados durante toda la noche, a lo cual Raul solo respondería con risas nerviosas y expresiones de incomodidad. 

Pasaron las semanas y recuperado ya del asunto de la "conspiración holandesa" en su contra, Raul regresó al trabajo, esta vez con un mayor esquema de seguridad personal, chofer y varios escoltas. Asistió a un consejo de dirección que sería el último para él en la compañía. Durante toda la reunión Raul estuvo incómodo, secando el sudor de su frente con frecuencia, tomando agua a grandes tragos y con la cara congestionada y roja. La gente no podía dejar de mirarlo y compartir su fastidio, como si fuera algo contagioso.

A su lado estaba sentada María Clara, directora de mercadeo y tal vez la única persona en la que Raul tenía confianza en la reunión. Luego de secarse la frente con el pañuelo le pidió la agenda y escribió algo en ella para luego devolvérsela. Todos los asistentes seguían con la mirada los pasos de Raul y la reacción de María Clara, que solamente abrió los ojos al leer la nota en su agenda. La reunión terminó y Raul respiró profundo y fue el primero en salir del salón. Los demás se acercaron a María Clara, quien sin dudarlo leyó la nota en su agenda: "María Clara, me siento muy mal y creo que voy a morir pronto. Te pido el favor a ti y solo a ti, que una vez muera no dejes que ninguno de estos hijueputas toque mi cadáver. Atentamente, Raul".


jueves, 11 de julio de 2013

Lunático


Se levanta a mediodía. No oyó el despertador que había puesto la noche anterior y que estaba programado para las nueve de la mañana. Se acostó tarde viendo televisión para conciliar el sueño. Eran las tres cuando apagó la tele. Ahora tiene treinta minutos para llegar a la cita con su novia en el café. Él sabe que no llegará a tiempo.

Anoche, antes de rendirse ante la televisión trataba de terminar el capítulo de la novela que escribe. Después de meses de rutina de escritura y encierro encontró que había perdido el gusto por su actual trabajo. Para que lograra salir a la calle en estos días, su novia tenía que exigirlo después de una buena pelea. Ahora le da igual terminar o no con su novela y va a encontrarse con su novia. 

Entra al baño con el periódico del día, luego de mandarle un mensaje de texto en el que dice que va en camino. Abre la llave de la ducha y se sienta en el inodoro mientras sale el agua caliente. Termina y se afeita en la ducha. Se lava el pelo con bálsamo de manzana. Le encanta ese olor y pierde la noción del tiempo mientras el agua caliente corre por su cuerpo.  

Se viste y sale a comprar cigarrillos a la tienda de la esquina. Camina mientras el cigarrillo está encendido y cuando lo termina para un taxi en la calle. Llega al sitio y su novia lee un libro mientras toma un café. La saluda con un beso en la mejilla y ella apenas lo mira.

- Llegas tarde otra vez –dice ella.
- Me desperté a mediodía, dormí mal.
- Hace una hora dijiste que estabas en camino.
- Así fue. Mi camino comenzó al salir de la cama.
- ¿Alguna vez has pensado en que voy a cansarme de todo esto?
- Pero aún no ha llegado ese momento, ¿es verdad?

Ella lo mira fijamente a los ojos. Él sabe la respuesta y una risa comienza a dibujarse en su cara; también en la de ella. Le da un beso largo y suave mientras acaricia su cara. Le encanta su olor a flores y por primera vez en el día se siente tranquilo. Pide una cerveza al mesero y ella termina su café. 

- No. Aún no llega ese momento. Pero no te confíes demasiado –dice ella.
- Nunca lo hago. Es solo que no tuve una buena noche.
- ¿Escribiste algo de tu novela?
- No. No encuentro el ritmo para terminar.
- ¿Por qué?
- Todo lo que hago es obvio. Ya lo he visto antes, es predecible y aburrido. No me siento cómodo con el final de la historia.
- ¿No estarás siendo demasiado duro contigo?
- Claro que lo soy. Y no hay otra manera de serlo. De lo contrario me convertiría en un ser complaciente y sin criterio. Un narrador sin originalidad. Un novelista sin alma.
- Eres muy bueno para el drama –dice ella mientras se ríe y le toma la  mano. ¿Nunca pensaste en ser actor?
- No soy tu payaso y hablo en serio -le responde mientras suelta su mano.
- Pero no te molestes, solo era una broma.
- No tomas en serio mi trabajo. ¿Cómo pretendes que me ría de mi condición de escritor en medio de un bloqueo?
- Tal vez si te rieras más encontrarías el camino.
- ¿Y cómo diablos va a ser eso?
- Solo deja de ser tan serio –le dice mientras su mano blanca y delicada pasa por debajo de los botones de la camisa y le hace cosquillas cerca al ombligo.
- ¿Crees que estoy loco? –responde mientras se ríe. 
- No, loco no. Estás algo lunático y no dormiste bien –ella lo besa y toma su mano de nuevo. 
- Eso me gusta.
- ¿Qué cosa?
- Ser un lunático. Está claro que no soy un tipo del día.
- Eres un flojo en las mañanas.
- Me gusta dormir hasta que sale el sol. Y protegerme de él.
- ¿Protegerte del sol?
- Sí, tanta luz me agobia. No me deja pensar bien.
- ¿Así que ahora no piensas bien?
- No del todo.
- Voy a aprovecharme de eso –dice ella mientras lo besa de nuevo.
- Te quedan un par de horas hasta que sea yo el que se aproveche –responde él y termina su cerveza.

Llega el almuerzo, comen paninis de prosciutto y toman vino. Es una buena tarde, el sol comienza a bajar y la temperatura es perfecta en la terraza. Luego de la comida toman otra botella de vino y los besos y risas continúan. Él piensa que días así no deberían terminar nunca. Pero no se lo dice. Piensa que ella lo sabe y que su mirada, sus besos, lo dicen sin palabras. 

Para cuando llega la noche están algo borrachos. Ella tiene una cena de familia y él le prometió acompañarla, luego de la pelea de la semana pasada. Ella ve la hora en su reloj y se preocupa.

- Debemos irnos ya –dice ella.
- ¿Adónde vamos? No quiero moverme de aquí –dice él.
- A la casa de mi abuela. Tenemos la comida esta noche. ¿Lo olvidaste?
- Sí. Y además estoy borracho. No estoy de humor para ver a la abuela de nadie.
- Compórtate y no me hables de esa forma.
- ¿Para qué irnos si podemos estar tan bien y cómodos aquí?
- No entiendes nada, ¿verdad?
- Creo que no. Pero quiero tomar otra copa contigo.
- Háblame en serio. ¿vas a acompañarme o no?
- No.
- Entonces te quedarás aquí solo. Y no me jodas más –dice mientras se para y toma su bolso, visiblemente molesta.
- No lo hago todavía.
- Deja tus chistes pesados y cumple tus promesas.
- No estoy listo para hablar de promesas en este momento.
- Nunca lo estás.
- Puede ser.
- Adiós.
- Adiós. 

Ahora él pide otra botella de vino y saca su libreta de apuntes del bolsillo de la chaqueta. Se siente vacío, mareado y las frases toman forma en su cabeza. Está listo para escribir y comienza a hacerlo. La historia continúa y fluye tanto como lo hace la tinta sobre el papel grueso, justo en el punto de humedad que le permite sentir el trazo que imprime cada uno de sus pensamientos, sin que haya lugar a manchas.

Lo invade la tristeza y esta lo motiva a expresar su cansancio y aburrimiento respecto a la rutina y al sinsentido de su existencia. Piensa que muchos hombres logran enfocar su tiempo y trabajo en la lucha por el reconocimiento, por el dinero, o construir un futuro. No es su caso. Él solo quiere disfrutar del momento, describirlo y reír. Comienza a pensar que está loco pero también es consciente de que no hay otro camino válido para su vida. Es duro pero al mismo tiempo esperanzador. Es un camino, largo y a pie. 

Quiere reír y compartir su alegría con ella: que sus dificultades se conviertan en piezas sueltas de un rompecabezas y que al ser superadas encajen una por una, luego de ensayo tras ensayo y miles de errores cometidos, para formar la figura que construyen juntos. Quiere celebrar la llegada de la noche en una fiesta sin final.

Pero sabe muy bien que la historia va a terminar y cuál es el único desenlace posible. El encanto de la noche es pasajero y está destinado a morir al amanecer; sin embargo también lo está a renacer al día siguiente. Comienzo y final se encuentran así como a través de la terraza lo hacen la oscuridad del bosque y la tenue luz del faro que ilumina parte del camino, pero que luego se pierde en un destello en la profundidad de los árboles. 

Al comenzar el día la historia no se ha terminado de escribir. Él encontró una razón para salir de la cama: caminar y compartir el día; celebrar y disfrutar la noche.  

lunes, 1 de julio de 2013

El cuento de la creación


Vacaciones de fin de año, en los primeros días de diciembre del 94. Es Miércoles. Dani y yo ensayamos guitarra toda la tarde del jueves y en la noche apagamos los amplis y seguimos tocando en guitarras acústicas.

- Vamos por unas chelas compañero, me dice Dani.
- ¿Pero quién nos va a vender cerveza sin tener cédula? respondo.
- Ay pero qué mariquita. Camine que yo conozco una tienda donde me dejan barato el petaco.
- Qué vergajo. Vamos.

Salimos a la calle con un estuche de guitarra vacío y una guitarra sin cuerdas, para llenarlos con las cervezas y entrar a la casa sin que los papás de Dani se den cuenta de lo que planeamos tomar. Hay que caminar varias cuadras hacia arriba de la Suba y por la 129. Me canso, Dani es un caminador resistente.

- ¿Falta mucho para llegar? pregunto.
- Un par de cuadras más, responde Dani.
- Puta ¿és que vamos a subir hasta la autopista o qué?
- No joda, ya estamos cerca.
- Ya casi empieza Bellas y Famosas.
- Uy si marica, hoy repiten el de Natalia París.
- Pero si ya lo grabó guevón.
- Sí, cierto.

Nos reímos y seguimos caminando hasta que al fin llegamos a la tienda. Compramos las cervezas, las cargamos en el estuche y seguimos riendo en el camino.

- ¿Se acuerda del verso que escribió para el coro de Limbo? Me pregunta Dani.
- ¿Cuál? "Limbo, la serpiente aun te arrastra"? respondo.
- Esa mucho marica. Para de caminar y se ríe apoyado en un poste de luz.
- Es buena letra. Va con "Limbo, el demonio te acompaña". 
- Claro colega, cómo no.

Llegamos a la casa de Dani, los papás están sentados en la sala y nos ven entrar con el estuche y la guitarra. El papá lo llama:

- ¿Daniel? ¿Esa guitarra no tiene cuerdas?
- Solo tiene una, es la nueva forma de tocar, responde Dani.
- Ya. ¿Tocar con una sola cuerda en la calle y en la noche, sí?
- Sí eso. Nos vemos más tarde, dice Dani.

Seguimos al estudio, destapamos la primera cerveza mientras oímos Master of Puppets en un cassette de 45. Aún no empieza Bellas y Famosas. Sobre la pista de audio toco el arpegio de Welcome Home y Dani hace el solo hasta donde la acústica se lo permite. Estas dos guitarras tienen cuerdas. Termina la canción y descansamos.

- ¿Se sabe el cuento de la creación? Pregunta Dani.
- No, no. Cuéntelo.
- Ahí va. Me lo contaron en el bus. Estaba Dios en la creación poniendo cada país en su lugar y dijo: vamos a poner a la India en Asia, país rico en especias; también a China, país que traerá avances en la escritura y la guerra con la invención de la pólvora; Francia en Europa, país rico en comida y con grandes artistas. Y sigue así con cada país hasta que llega el turno de Colombia. A ese país, dice Dios, voy a darle salida a los dos océanos, tres cordilleras, grandes ríos, numerosos parques, todos los pisos térmicos, producción de vegetales, ganado y granos como el café.

Los arcángeles se mosquearon al oír todo lo que Dios va a darle a Colombia y protestan. Dios, le dicen, estás siendo muy injusto al privilegiar de esa forma a Colombia. A lo cual Dios responde, ¿privilegiar? ¡Ja! Esperen y vean la partida de hijueputas que voy a mandar para ese sitio.

- Está muy bueno Dani. Tiene talento para los cuentachistes.
- Sí, claro, voy y me paro el sábado en la tarde como Tomatico.
- Cantando Carmentea, marica.

Nos reímos un buen rato y abrimos la segunda cerveza. Ya empieza el especial de Natalia París en Bellas y Famosas. Queda grabado en beta, pues el VHS está en el cuarto de los papás. Luego seguirá la ronda de videos metaleros en Headbangers.