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jueves, 13 de diciembre de 2007

El Oráculo de las mutaciones


El oráculo de las mutaciones.
Una luz en la oscura ciudad.


Bosque de bambú en China.


La filosofía oriental siempre me ha llamado la atención. Cuando estudié en el Externado traté de incluir todos los Estudios de Área relacionados con oriente, y fue así como tuve mi introducción a las culturas de Asía, con énfasis en China e India. Hice una ambiciosa exposición con mi gran amigo Carlos Mendoza, en la que durante hora y media planteamos los preceptos básicos del Taoísmo, Budismo y Confucianismo, las corrientes filosóficas con mayor arraigo en China.

Desde ese momento lo que más me impresionó del modo de pensar oriental fue su total coherencia de lo micro a lo macro, de lo individual a lo general, de la esfera familiar a los altos círculos del gobierno. En la filosofía occidental no encuentro ese hilo conductor que permite entender al mundo como un todo, interrelacionado y sincronizado. La contemplación de la naturaleza a lo largo de miles de años, ha permitido a los chinos desarrollar un método de pensamiento universal y coherente con los sucesos del mundo.

Más adelante descubrí al I Ching, el Libro de las Mutaciones, antiguo oráculo usado por los chinos, y que recoge preceptos y enseñanzas de la filosofía que se han desarrollado en China a través de su historia. Si bien el I Ching permanece como un texto anónimo, fue Confucio quien más aportes realizó a la recopilación de la versión actual, traducida al inglés por Richard Wilhelm.


Para mi modo de pensar, estructurado de acuerdo a la lógica de la razón, la causalidad y la demostración, fue una experiencia chocante el aceptar que mediante el lanzamiento de tres monedas idénticas, el I Ching arrojaría respuestas a mis preguntas formuladas. No existe aparentemente una relación entre el azar presente al momento de tirar las monedas, la elaboración de mi pregunta y los preceptos consignados en cada uno de los 64 hexagramas que componen al I Ching. Pero mi curiosidad fue mayor que mi razón y seguí haciendo preguntas al oráculo milenario de los chinos, y las respuestas obtenidas me han dejado sin palabras, al notar el aprendizaje obtenido a partir de mis propias preguntas y la exploración de mi inconsciente.




Los 64 hexagramas contenidos en el I Ching, cada uno con un significado particular.

La edición del I Ching de Richard Wilhelm contiene un prólogo de Carl Gustav Jung, una de las mentes más brillantes de occidente. Discípulo de Sigmund Freud en sus primeros años y luego su gran opositor, Jung no solo dejó a la humanidad el legado de su trabajo psicológico y psiquiátrico (los arquetipos y la definición de inconsciente colectivo entre otros) ; siempre se interesó por el arte, la evolución de las culturas y la filosofía oriental.

C. G. Jung se convirtió en asiduo lector del I Ching, tanto como manuscrito filosófico como libro oráculo, y se encargó de la presentación a la edición de Richard Wilhelm, comentando su experiencia con el Libro de las Mutaciones. Dicho prólogo contiene un gran valor intelectual por tratarse de una de las mentes más analíticas y agudas de occidente, consciente del aporte que el I Ching ha hecho para su crecimiento personal.


Carl Gustav Jung. Su enemistad con Freud comenzó a raíz de la definición de la Líbido.

El primer tema que inquieta a Jung sobre el I Ching y en general sobre la filosofía china, es la despreocupación por la causalidad y la gran atención prestada a la casualidad. En la filosofía occidental ocurre el caso contrario, donde la casualidad es menospreciada frente a la gran fuerza de la causa–efecto. Los chinos dan por hecho la causalidad, puesto que un acto siempre genera una consecuencia y no hay nada de qué asombrarse al respecto. Pero en la observación de la naturaleza deja mucho que pensar la importancia de los sucesos casuales.

Cuando llueve en un bosque, de acuerdo a los vientos el agua caerá de una determinada e irrepetible manera; algunos árboles brindarán refugio de la lluvia, otros la dejarán pasar; el curso del agua al llegar a la tierra dependerá de la superficie y los seres vivos se beneficiarán o no del agua de acuerdo a su posición en esta situación. Los chinos observaron que existen tantos sucesos interrelacionados en la naturaleza, que es imposible que se repitan de igual manera en una segunda ocasión. Jung llama sincronicidad a esta situación, mientras que los chinos se refieren a “agentes espirituales” que actúan de un modo misterioso.


Paisaje del Río Nujiang.


Es así como la fuerza del pensamiento chino se ha enfocado en la observación y aprendizaje de las fuerzas de la naturaleza, y nunca en desarrollar lo que en occidente se ha llamado ciencia. La preocupación de la ciencia occidental ha sido encontrar leyes absolutas, mediante ensayos de laboratorio y la elaboración de estadísticas. Un chino diría que la existencia del margen de error desvirtúa la elaboración de una ley absoluta. De esta forma el principio de casualidad es fundamental para la lectura del oráculo del I Ching.



El procedimiento:



Las tres monedas utilizadas para consultar al oráculo. Una cara tiene inscrita la imágen

de un dragón y una serpiente. La otra cara tiene inscritos ideogramas chinos.

Se lanzan las tres monedas en seis repetidas ocasiones, pensando siempre en la pregunta formulada al oráculo. Del resultado de cada lanzamiento será dibujada una línea hasta completar las seis que harán referencia a uno de los 64 hexagramas. Para Jung, cada lanzamiento arrojará una expresión del estado psicofísico de la persona en ese momento particular. Cuando se toma un puñado de fósforos y se los deja caer libremente, el pulso, ansiedad y emotividad de ese momento influirán en la forma de caer de los mismos, generando formas únicas e irrepetibles. De igual manera el lanzamiento de las monedas arrojará resultados diferentes en cada ocasión.

En el desarrollo de su prólogo, Jung pregunta al I Ching sobre la conveniencia de presentar la edición de Wilhelm a occidente. El hexagrama resultante es el número 50, Ting (El Caldero), donde el I Ching habla de sí mismo como un caldero puesto al revés, es decir, entrado en desuso porque no se puede depositar nada en él. Jung analiza esta situación como un reflejo de la desconfianza que existe en el mundo occidental hacia el libro, y su método fundamentado en las fuerzas de la casualidad.

Pero como el I Ching trata de cambios, de movimiento, de mutaciones, este hexagrama se transforma –al convertir los trazos de mayor tensión en su opuesto, es decir ying en yan y viceversa– en el hexagrama 35, Chin (El Progreso), el cual presenta a Jung un curso favorable para seguir su trabajo, advirtiendo sin embargo sobre la envidia y desconfianza que algunos “amigos” sentirán por él. Muchos colegas de Jung se opusieron a su interés en la filosofía oriental, lo cual nunca lo desanimó.


Los 64 hexagramas están compuestos por la unión de dos de los 8 trigramas básicos de la figura.


La antigua sabiduría de oriente enfatiza que el individuo inteligente entienda sus propios pensamientos. El I Ching insiste en la autorreflexión; siguiendo a Jung, “el I Ching presenta una larga exhortación a una cuidadosa indagación de nuestro propio carácter, actitud y motivaciones”. La personalidad de cada uno está implicada en la respuesta del oráculo. Por eso cada resultado es único e irrepetible.

Muchos cuestionamientos racionalistas se han levantado en contra del I Ching. Jung compara la situación con los tortuosos caminos del inconsciente, que no responden a principios lógicos. “El psicólogo no puede descartar lo irracional o lo que no tiene explicación a simple vista...lo irracional es inquietante, produce inseguridad; pero la seguridad, la certidumbre y la paz no conducen a descubrimientos”.

En el camino de la autorreflexión no he encontrado respuestas tan valiosas como las de la filosofía de oriente. El Libro de las Mutaciones, I Ching, recopila las enseñanzas chinas sobre la observación de la naturaleza y la relación del hombre en ella, y tiene el poder de siempre ofrecer una luz en medio de las dudas. Una luz tan fuerte como lo sea la introspección de cada uno. Una luz en la oscura ciudad.


Ideograma chino para la palabra “unión”, puesto en la puerta

de mi cuarto por consejo de una amiga de Taiwán.


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