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martes, 31 de diciembre de 2013

Los 33 libros de 2013




Quiero terminar este año en lo que se refiere a Oscura Ciudad recordando los libros que pasaron por mis manos en mi año 33, que fueron el mismo número. Llevaba un par de años de un promedio bastante menor de lectura, así que el ritmo actual funciona y ya tengo compromisos con al menos la tercera parte, que corresponde a los pendientes que no alcancé a comenzar en este año. Pero de eso hablaré en unos cuantos meses.

Por ahora va lo concreto sobre el año: Paul Auster es mi autor favorito y del cual busqué más y más títulos; la trilogía Millenium del sueco Stieg Larsson, la mejor saga de novela negra; y los cuentos de Hemingway y Twain, cortas historias con el poder de quedarse dando vueltas en mi cabeza, una y otra vez. Algo fuera de serie y no tengo suficientes palabras para expresar lo que causaron.


Metafísica para empezar el año.  



Suena más denso de lo que fue en realidad. En los primeros días de enero visité con mi familia la casa de Fernando González en Envigado, también conocida como Otraparte. Una bonita casa conservada por sus herederos y en la cual se puede hacer un recorrido por la vida y obra del escritor y pensador más importante que ha existido en Colombia. Juez, diplomático, filósofo, maestro de los nadaístas y fuerte crítico de la sociedad nacional; religioso y humanista. 

En la librería de Otraparte mi papá encontró tres libros de la editorial Eafit que me regaló: Viaje a Pie, Salomé - El remordimiento, y Pensamientos de un viejo.  Yo sumé al trío un pequeño libro llamado Velada MetafísicaViaje a pie fue el primero al que eché mano. Se trata de las anécdotas de Fernando y Benjamín Correa, su compañero de viaje y secretario, recorriendo el eje cafetero y parte del occidente del país por el medio anunciado en el título del libro; el encuentro con personajes y situaciones que llevan a los viajeros a la reflexión y al desarrollo de teorías sobre la vida, la muerte y la experiencia. Llegar o no llegar al destino, "todo depende del ánimo".      
   
Seguí con las aventuras románticas de Salomé, la gata de Fernando en su casa de Marsella, cuando este se desempeñaba como Cónsul de Colombia y El remordimiento se lo causaba mademoiselle Toní. Pensamientos de un viejo lo dejé para el final, siendo el primero en orden cronológico de los tres. Con el texto de la obra de teatro Fernando González: Velada Metafísica del Colectivo Teatral Matacandelas, terminé mi sesión con el "brujo de Otraparte". Va una joya del acto No. 5:

"Yo soy Gonzalo Arango, poeta, nadaísta. Después de Jesucristo no he conocido otro mejor. Para mí que Jesucristo es Fernando González persiguiendo muchachas en Envigado y burlándose de los empresarios antioqueños".

Continué con dos libros del Dalai Lama: Las leyes de la vida y La senda del líder. Me quedo de lejos con el primero, que explica los fundamentos básicos del budismo. El segundo tiene un enfoque de coaching que llega a ser aburrido. Seguí con un par de libros de la colección Orientalia de Paidós: Cuentos de los sabios taoístas y Cuentos de los sabios del tíbet. Una fabulosa selección de mitos y leyendas recopiladas por Pascual Fauliot, quien sugiere leerlos sin un orden fijo, guardando estos libros para consultas en momentos especiales. Puedo decir que no hay ningún problema con leerlos en el orden tradicional. 


100% Austeriano.




La invención de la soledad fue el primero de mis libros de Paul Auster en 2013. Las dos historias que lo componen son fundamentales para entender el universo Austeriano. Continué con La trilogía de Nueva York. Esta obra, junto con La noche del oráculo son mis favoritas. De la trilogía, "la habitación cerrada" es mi preferida. La habilidad de Auster para tramar historias y diversos mundos encadenados, junto con el suspenso propio de la novela policíaca hace de este par de libros clásicos contemporáneos.

El cuaderno rojo y A salto de mata son relatos biográficos en los que resaltan el sufrimiento y el disfrute de las cosas pequeñas, como el pastel de cebollas compartido con la novia cuando no quedaba más comida ni dinero. Dice Auster que escribir es una enfermedad, nunca algo que genere placer; pero es peor si no se hace. La historia de mi máquina de escribir encaja en esta categoría, aunque aquí el personaje principal sea Sam Messer con las ilustraciones de la multifacética máquina de Auster.

Creía que mi padre era Dios es el resultado de la temporada de Auster en la radio americana, invitando a sus oyentes a que enviaran por correo sus historias, siempre y cuando fueran verídicas y cortas. Así editó un volumen de 179 historias en algo más de seiscientas páginas, que Auster define como "crónicas desde el frente de la experiencia personal"..."mundos privados de los norteamericanos". Escritos breves sobre amores, muertes, objetos, animales y meditaciones.

El país de las últimas cosas es una genial ficción apocalíptica, que en ocasiones me llevó a hacer paralelos con La Carretera de Cormac McCarthty. Anna Blume relata el tortuoso camino que recorre en busca de su hermano perdido, a través de un mundo que colapsa, cada vez más sórdido y peligroso.

Algo diferente a Brooklin follies y Tombuctú, obras con un tono optimista,  centradas en la amistad, la reconciliación con la vida, los seres queridos y las nuevas oportunidades. Sobra decir que sin caer nunca en tonterías; se trata siempre del  viejo Auster, astuto maestro. Su universo es tan amplio y consistente, que me atrapa en cada una de sus facetas. Me declaro 100% Austeriano.


Tiempo para la novela negra.




La trilogía de Millenium tiene ese encanto especial de no poder parar de leerla hasta el final. Los volúmenes son cada vez más gruesos pero no importa. La historia envuelve y no se puede dejarla pendiente. Comienza con Los hombres que no amaban a las mujeres y las misteriosas historias de la familia Vanger en Hedestad, al norte de Suecia, como pretexto para que Lisbeth Salander se convierta en la heroína contemporánea: hacker, antisocial, bisexual, investigadora y un enigma para la mayoría. 

En los siguientes dos tomos, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolinaLa reina en el palacio de las corrientes de aire, se conocerá más de Salander y la historia pasará de lo micro a lo macro; de los criminales a la conspiración política y a la traición del Estado de Derecho por parte de sus propios funcionarios. Una obra espectacular en la que Larsson usó todos los recursos a su alcance dada su experiencia como periodista investigativo y activista.


Los cuentos americanos.




Mark Twain y las historias del Mississipi. Los cuentos selectos me hacen reír en cada uno de sus ingeniosos momentos, con sus personajes apostadores, vagabundos y embusteros. Mis favoritos, El periodismo en Tennessee, en el que el editor se debate a tiros con sus enemigos objeto de las columnas del periódico, y Cómo llegué a ser editor de un periódico de agricultura, cuyo personaje, editor temporal del diario, escribe sobre la época de la muda de las vacas, recomienda la domesticación del juguetón gato montés y poner música a las almejas para que se queden quietas. El ingenio de Samuel Langhorne Clemens (verdadero nombre de Twain) va de la mano de su visión crítica del mundo y de las relaciones humanas. El niño malo siempre sale adelante, mientras que el bueno que espera ser guía de conducta en los libros de la iglesia, vuela en pedazos por cinco estados.

En cuanto a Edgar Allan Poe y sus Cuentos, aquí se encuentran el terror, el suspenso, la muerte y sus percepciones; las drogas y los vagabundos; la poesía en cada letra; la mujer amada que se escapa de las manos. Para algunos, el primer escritor americano real. Las bases para la novela negra moderna. 

Los Cuentos de Hemingway presentan la experiencia del artista pero también la del hombre en la guerra. Las andanzas por Italia y España. Las historias de toreros y aprendices. Cigarrillos y alcohol. Indios y blancos que conviven en los bosques de madera en Estados Unidos. Los amoríos y rupturas recurrentes. La difícil relación entre padres e hijos. Diría que estos cuentos son fuertes como un golpe en la cabeza, inolvidables por su vitalidad y honestidad.


Algo de poesía y viajes.


     

Para mi viaje a Nueva Zelanda llevé dos libros: Songs of Innocence & Experience de William Blake y el Libro de las Maravillas del mundo de Marco Polo. En el primero encontré cantos sobre la contraposición de vida y muerte; alegría y tristeza. Una bonita edición acompañada de las impresiones que el propio Blake hizo para su obra. El libro de Marco Polo lo encontré adecuado para las interminables horas de avión hasta llegar a Auckland. Una total conexión con la obra al conocer lugares lejanos, gentes y costumbres diferentes. 

De regreso pasé un par de días en Santiago de Chile, y en una librería encontré un par de ediciones de La vuelta al día en ochenta mundos y Último Round de Cortázar, cada una compuesta por dos tomos. Libros revolucionarios para su época y también para la actual. El diseño editorial y uso de distintas fuentes tipográficas me recuerda a los Siete manifiestos Dadá de Tristan Tzara. Ingeniosos, burlescos y libres. En el tomo dos de La vuelta al día, Cortázar usa por primera vez el término "cronopio" para referirse a uno enorme. El enormísimo Louis Armstrong, una noche de concierto en París.  

Al tomo de Poesía completa de Jorge Luis Borges llegué por mi búsqueda acerca de los laberintos (de la que hablaba en la entrada "perdido en mi propio invento") y por el gusto que tengo por cada uno de sus cuentos que he leído. El otro, el mismo y Elogio de la sombra son los que sigo releyendo. La poesías apócrifas incluidas son geniales; El enemigo generoso, mi favorita.


Arte moderno.

Cambiando el tema de lectura, que siempre ha estado entre la literatura y algo de poesía, encontré un día en la Librería Lerner a ¿Qué estás mirando? de Will Gompertz, director de arte de la BBC. Es una breve y amena historia del arte moderno, desde los impresionistas hasta el arte actual. Gompertz mantiene un lenguaje relajado y hace que el tema fluya, sumando anécdotas que conoce de primera mano, por su experiencia como director de la Tate Gallery.


De vuelta a McCarthy.

Cormac McCarthy es uno de los escritores vivos más importantes de Estados Unidos. Hace un par de años comencé a leer La Carretera un par de veces pero algo pasaba y no podía continuar. En octubre lo tomé de nuevo un domingo y al día siguiente estaba terminado. Todo llega en su momento adecuado. La desolación de la historia es única. Un mundo posterior al apocalipsis nuclear; el padre y su pequeño hijo caminando por la carretera, sobreviviendo a los peligros, sabiendo que lo único que pueden hacer es postergar su muerte. Luego seguí con Todos los hermosos caballos, primer libro de la Trilogía de la Frontera de McCarthy. El joven John Grady Cole huye de su casa al sur de Estados Unidos y viaja a México con su amigo Lacey, encontrando al amor de su vida y a la violencia propia de regiones donde gobierna la fuerza y no la ley.


Al final, la Z.

Termino de hablar sobre mis libros del 2013 con la antología de Zombies de John Joseph Adams. Este subvalorado género tiene matices insospechados y grandes escritores que contribuyen con sus diferentes perspectivas al fenómeno de los muertos vivientes. Aquí se encuentran historias de Stephen King, maestro del terror, George R.R. Martin, famoso por la saga Canción de Hielo y Fuego, que dio lugar a la serie de HBO Game of Thrones, y muchos más. Un buen libro para ampliar la visión del tema Z.


jueves, 26 de diciembre de 2013

martes, 3 de diciembre de 2013

10 más

Aquí va algo con "118 lowbeats" en mente. Fue mi segundo proyecto electrónico: un dueto con Roko, batero de Limbo, Claroscuro y Singol Servin, mis bandas de rock. Íbamos un poco lentos de beat, por la influencia del trip hop y el dorrin time..

"10 más" es un track discotequero.


Perdido en mi propio invento

Hola blog. Me perdí por un par de meses y no había vuelto por aquí. Después del último escrito que llamé "la oscuridad" perdí el ritmo de escritura y mi constancia en las visitas a estos lados de mi mundo. Fue intencional, eso sí. Quería cambiar con el método, probar una nueva forma de estructurar mis historias y mi percepción sobre ellas. Y me perdí en el proceso.

Todas las entradas anteriores a "noche sin cronopios" comparten la única regla auto impuesta, sea esta la de terminar el escrito en una sola sesión, por larga que fuera y sin importar cuántos cigarrillos o vasos de whisky pasaran por mis manos y boca. Esto me ayudo a escribir con algo de freestyle, improvisando sobre la marcha. Algo que me sentó bien por los meses que llevo enganchado a las grabaciones del quinteto de Miles Davis. 

Los "cronopios" llegaron luego de leer los dos tomos de "La vuelta al día en ochenta mundos" de Cortázar. Una bonita edición que encontré en una librería de Santiago la última noche que pasé allá, al regresar de Nueva Zelanda. También leía en esos días el tomo de poesía completa de Borges. Así se explican los experimentos en "cronopios" y las "cintas".

Pero comencé a aburrirme de mi única regla. Quería algo más. Profundizar en las historias, personajes y giros del relato. Así que compré un cuaderno nuevo en el cual desarrollar ideas que, ahora pienso, debieron estar aquí primero querido blog. Y así evolucionó un relato de ficción con matices propios, basado en momentos de mi vida que a simple vista son irrelevantes, pero que se niegan a desaparecer de mi memoria. Todo alrededor de la idea de entrar en un laberinto y perderse para luego encontrar la salida.

Mi problema aparece en cuanto el personaje del relato avanza a la mitad del laberinto, y las paredes húmedas y gastadas por los años amenazan con derribarse y aplastarlo, con la lógica consecuencia de dejarlo atrapado y sin posibilidades de llegar a la salida. Regresar al punto de partida no es una opción y avanzar tampoco es algo claro, así que aquí estoy con el asunto sin terminar.

Tengo música nueva, eso sí. La entrada anterior, "Tabú" recoge algunas de mis experiencias con el metal y los beats de mi viejo grupo, 118 lowbeats. La que sigue "10 más" es un track más discotequero. 

Bueno, es lo que hay por ahora. Ya nos veremos de nuevo. Como soy terco, seguiré buscando la forma de enfrentar a esos viejos pedazos de muro, para llegar a la salida. Probaré con algo de freestyle...

domingo, 29 de septiembre de 2013

Sonido de las cintas

Silencio.
Viene luego la pulsación.
Vibra el entorno hasta llegar al muro
y la voz encuentra la ruta de regreso.
Ahora es más que una ilusión, es un reflejo. 
Son varios en distintas direcciones.
Acuerdos en todas esas voces,
formas misteriosas y colores.
La fuente en medio se alimenta
y crece el coro, la danza al infinito.
Simetría en el abismo, en las repeticiones.
Silencio.

martes, 24 de septiembre de 2013

Noche sin cronopios

Un cigarrillo antes de caer en las almohadas.
Nubes de humo para olvidar la ansiedad.
El frío de la noche corre entre las bocanadas.
El malestar por fin cede y surge: libertad.

Hojas y acordes como excusas.
Reinos de papel y sonidos infinitos.
Noches sin dormir acompañado de latidos.
Un solo origen, la tormenta continúa.

Luces controladas, infusiones sin receta.
Violines en el nombre de un planeta, es mejor.
Afuera las voces que no cesan.
Evitan el silencio, las quejas alrededor.

Las manos resecas y un nudillo herido.
La reina en el palacio de corrientes.
Mercurio sobre gritos, el dominio.
El laberinto infinito de la mente.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

La oscuridad

La oscuridad. La noche larga de lluvia y sin chance de salir a la calle. El miedo de nuevo. El dolor en el vientre. La cama vacía. Recuerdo el momento como si solo fueran minutos los que lo separan de mi actual ser. Pero son diez años desde entonces. Casi no lo creo. Al principio no sentí nada. Una especie de anestesia emocional que me hizo libre. El desapego que me dejó manejar el carro con tanta calma luego de dejarte en el aeropuerto. La resaca de la noche anterior. Eso fue. No pensaba del todo bien. Estaba aún eufórico. Tomamos tanto whisky como pudimos para luego comer una mazorca desgranada en el único local que encontramos abierto antes de volver a mi casa. La última noche. Una fiesta tan divertida como lo fue la primera. Durante meses continuamos con el mismo ritmo y alegría de la noche en que nos conocimos. 

Tengo que presentarte a una amiga que es igual a ti, me dijo ella cuando llegamos a la puerta de tu casa. Me reí y le pedí que me explicara. Hablan de las mismas cosas, respondió. En fin. Abriste la puerta y así comenzó todo. No podíamos parar de hablar, salir, tocar, jugar, tomar, y faltar a todo tipo de compromisos para estar juntos. Fueron divertidos seis meses. Todo estaba ahí. Momentos completos que exprimimos cuanto fue posible. Pienso que fueron años.

Cuando llamaste a mediodía y me dijiste que habías perdido el avión fue como un electroshock. Volví a la realidad. Me pasó el guayabo y fui consciente de que no volvería a verte. Pero ahora había ganado un par de horas más contigo, hasta que saliera el vuelo del día siguiente. Muy temprano en la mañana. Comencé a sentir frío y estuve así todo el día, hasta la noche. Nos acostamos, comimos y tomamos un par de tragos de whisky, un café y dormimos un rato. Al amanecer te fuiste en un taxi. Llegó en medio de la lluvia. El frío se sentía peor aún. Tengo escalofríos cuando recuerdo ese momento.

Las cosas se hicieron complicadas desde entonces. Luchamos un par de meses por mantener el contacto. Por no aceptar lo inevitable. Por conservar la risa. Como ocean crows, disfrutando de un baño caliente; de una fiesta en la que éramos la atracción principal. Guitarras, loops y congas. Vivimos la fiesta, aguantamos la resaca y luego todo volvió a ser como antes. Distinto a lo que sucedió con las canciones.

Las veces que creí estar contigo, solo fueron ilusión. No puede ser conmigo. No puede ser conmigo, una vez más. Y vas a callar. Vas a evitar. Y no creo ser nada especial. Solo fue mi ansiedad. No puede ser conmigo, una vez más.

Luego evité las letras. Las cartas. El contacto. Tú también. Era lo que tenía que pasar. Continuar. Ceder. Olvidar. Servicio individual para personas solitarias. Cápsulas de vida en porciones unitarias. Singol servin´. Experimentos. Crecer y no tener definido el norte. Con tantas voces, cómo escoger. No importa. Solo seguir adelante y probar caminos. Hasta perder la ruta y en medio de las vueltas y vueltas en el mismo vagón del metro, lograr ver cuál es la parada y salir en Alfons X para caminar bajo la luz del sol. Caer dormido y no oír tu llamada al amanecer. No podía ser de otra forma.

El ensayo y error como constante que prosiguió en esta historia. El experimento constante. El afán, la ansiedad y la búsqueda de resultados rápidos. Una etapa. Asimilada y en retrospectiva, un tanto insensata. Nada de que arrepentirse. Parte del proceso y válida solo por eso. Ahora la inspiración requiere de elementos nuevos. No del todo. De hecho consiste en buscarlos en el análisis exhaustivo inicial, cuando todo estaba en imágenes mentales. Proyecciones e ideales. Ahora parecen moldeables. Inspiración, libertad y método.

Es de noche de nuevo. Llueve y los relámpagos al norte iluminan el final de la cortina, en su coyuntura con la pared blanca. La luz que surge en la oscuridad. Poderosa. Total. Señales del cambio.  Las horas siguientes serán largas. Las palabras también. Otra perspectiva. Sueños profundos y acordes abiertos. 

domingo, 1 de septiembre de 2013

Malas ideas

Una noche de fiesta y dos medias botellas de Jack Daniel's terminadas. Pasó los últimos tragos de la segunda sin hielo, así que sintió más el alcohol al final. También un agrio sabor que subió del estómago y se quedó en la boca hasta que prendió el siguiente cigarrillo. El gusto de la nicotina borró por el momento las huellas de la gastritis que niega a irse del todo, pero que en los últimos meses logró domesticar bastante bien.

Hace frío en la mesa del balcón donde termina el último trago de Bourbon, en compañía de un viejo amigo que no veía hace varios meses. Juntos son responsables de acabar con las dos medias botellas. Después de la primera comenzó a sentirse borracho. Ahora es un hecho. Está bien jalado y se siente a gusto con la situación. Le lanza miradas a la chica de la caja, que está a pocos metros de la mesa, en la barra del bar. Ella se da cuenta y lo ignora con una leve sonrisa. Sabe que está borracho y una cliente la llama para entregarle el dinero de la compra de dos cervezas. El frío supera al confort del alcohol y se paran de la mesa para ir a la zona donde la gente está de pie, bailando mientras el dj pone rock de los noventa mezclado con beats house.

Es un largo corredor que lleva al escenario, ahora vacío al terminar la presentación de la banda de la noche. El final de la barra coincide con el corredor y es ahí donde se ubican el dj de la casa y la gente que baila. Se sienta en algo que parece una silla de mármol, tan larga como el corredor, y en la que nadie más lo hace a pesar de abarcar el espacio en el que se encuentran cinco grupos distintos de gente. Solo hay chaquetas encima. Las hace a su lado y ahí se queda.

No por mucho tiempo. Comienza a sentir un calor infernal en el trasero. Es en ese momento cuando nota que no está sentado sobre una silla sino sobre el mármol que cubre los calentadores del lugar. Seguramente se habría dado cuenta antes de haber estado sobrio. Pero ya borracho, tardó varios minutos en saber lo que pasaba. Se para y alcanza a ver a una chica flaca, blanca, baja de estatura y con el pelo corto y puntiagudo teñido de amarillo, que coge su chaqueta y la pone junto al montón que pertenece a su grupo de amigos. Piensa que se la van a robar. 

Ella tiene cara de ser una punky atrevida a juzgar por sus rudos movimientos y la profunda mirada de odio que reserva para aquellos que no pertenecen a su grupo. Parece una de las Evil Fingers. Se siente atraído hacia ella. Sabe que hablarle es una mala idea. Pero se dice a sí mismo <¿qué diablos? No es buena idea estar borracho cuando tengo una entrevista de trabajo a las siete de la mañana>. Entonces, entrado ya en malas ideas...

- Esa es mi chaqueta, devuélvemela.
Ella se queda mirándolo fijamente a los ojos, con un cigarrillo en la mano y un trago en la otra. Después baja la mirada hasta sus pies, vuelve a subirla a los ojos y abre la boca.
- Tiene voz de orto. 
- ¿Qué?
- Que tiene voz de orto. De culo.
- Me pasa cuando fumo, pero no es tu problema y el mío es que te llevaste mi chaqueta. Dámela, está ahí en ese montón de ropa de tus amigos. 
Otra vez se queda mirándolo a los ojos mientras da un paso hacia él, acerca el vaso a su boca mientras le muestra los dientes inferiores y con la otra mano le señala el montón de ropa, con gesto de <adelante, ve por tu chaqueta>. 

Qué sencillo fue, piensa. Cuando tenga mi chaqueta la invitaré a un trago. Por estar borracho no entendió el sentido oculto de la situación. La agresividad en los gestos de la excéntrica. Da un paso hacia ella para agacharse a buscar la chaqueta, cuando le lanza una patada a las bolas y grita fuerte, de tal forma que toda la gente alrededor voltea a mirarla. <¡Trató de tocarme, pervertido! ¡Ayuda!>

No alcanza a caer al piso cuando dos gigantes de seguridad llegan a levantarlo y lo sacan a empujones hasta la entrada en el primer piso, bajando rápidamente las escaleras que hay desde la terraza en el último piso donde se encuentra el bar. No puede respirar y el dolor es brutal. <Maldita punky desadaptada>, piensa él. <Niñita resentida y retorcida. Pedazo de mujer diabólica y mentirosa. ¿Por qué jugarle esta mala pasada a un borracho que buscaba su chaqueta?>

Cuando los vigilantes lo sueltan en la entrada, sus pensamientos se han vuelto paranoicos y respira con dificultad por la boca. Piensa que la policía llegará dentro de poco, la chirri esa testificará en su contra, pondrá su mejor cara de víctima de acoso por parte de un borracho que le lleva varios años de ventaja. <Todo está en mi contra. Es una mierda>. Sin embargo, los securatas solo le dicen que no vuelva a acercarse al bar. Está claro que no lo hará. Ya lo había decidido desde el momento en que pagó treinta mil pesos para hacer efectiva la "invitación", es decir que lo anotaran en la lista de ingreso. Se sienta en el piso y se recuesta contra la pared del local a la izquierda del acceso al bar.

Su amigo llega en ese momento, tambaleándose y con un paquete de cigarrillos en la mano. El dolor en la entrepierna continúa pero vuelve a respirar con calma. Le pide uno y mientras fuma le cuenta lo que sucedió con la desadaptada y su chaqueta. Su amigo se ríe y le dice que la recuerda a ella, pero que no ha visto su chaqueta. Tendrá que regresar a casa en camisa. Hace frío pero el jaleo del último momento en el bar le dio energía extra y no se siente incómodo.

Después de quince minutos de recuperación, no hay nada más que hacer allí. Se paran para caminar y buscar un taxi, cuando baja del bar un grupo eufórico y ruidoso, en el que se encuentra la flaca loca que le dio la patada en las pelotas. Ella lleva su chaqueta en la mano y al pasar al frente de él se la tira al pecho mientras dice <esto no es mío>, sin dirigirle la mirada. Al menos no es una ladrona.

martes, 27 de agosto de 2013

Oportunidades del sector zombi

El sector zombi se encuentra en medio de un proceso de cambio jalonado por la llegada de distintas migraciones hambrientas y la integración al comercio mundial de cerebros. Una situación nada despreciable para un sector de la población tradicionalmente protegido y aislado del resto del mundo mediante estrictos esquemas de seguridad y prejuicios de las facciones más conservadoras. Como tendencia global, las restricciones a este tambaleante y voraz segmento de la población tienden a desaparecer y más temprano que tarde se perderán los instrumentos de protección de los no atolondrados, pero también de distorsión social y segregación de los incansables saltimbanquis.

Los zombis no son buenos o malos en sí mismos. En el caso de sus movimientos transnacionales, quedan en evidencia los problemas estructurales de higiene, motricidad y propensión al rechazo: altos costos de obtención de carne fresca, ausencia de oferta comercial predilecta y falencias en materia sanitaria. Mientras que en países como Estados Unidos, Inglaterra y Alemania se realiza toda una serie de eventos sociales, congresos, cocteles y manifestaciones en pro de la población zombi, en Colombia el rechazo a los zurumbáticos es promovido por los segmentos más radicales de la izquierda y la derecha. Vale la pena tener en cuenta que con los países mencionados ya se tienen acuerdos de libre migración y alimentación para los desaseados pero de cualquier forma aún ciudadanos en cuestión. He aquí una falla estructural en competitividad, para no hablar de libertad, igualdad y fraternidad. No en vano uno de los planteamientos centrales del Manifiesto de la Unión Zombi, se refiere a las acciones para reducir las barreras de integración al resto de la población.

En el presente termidor entró en vigencia y de manera provisional, el acuerdo de libre fomento con la Unión de Naciones Zombi; varios de sus miembros son potencias mundiales en la producción de materia cerebral y derivados apropiados para el consumo de estos alelados. Sin embargo, ellos tampoco son ajenos a los problemas de competitividad. Las ayudas proteicas de las que gozan los zombis unidos son prueba de ello. Si bien este tema solo es discutido por las autoridades aturdidas de manera exclusiva en el marco de la Organización Global del Pantagruelismo –y por lo tanto quedó fuera del acuerdo con Colombia– un avance importante se encuentra en la eliminación de la exportación de trozos –cabezas, brazos y piernas– en el tratado bilateral. También lo es la posibilidad de aplicar salvavidas en caso de que las importaciones cefálicas se disparen.  

El acuerdo incluye esquemas graduales de reconversión para los zombis que se extienden hasta por 17 años, después de la transformación del personaje. Es un tiempo prudencial para ejecutar las políticas necesarias y orientadas a mejorar la productividad y competitividad de la creciente población zombi colombiana. El debate sobre el acuerdo es sórdido y de gran trascendencia. ¿Existen riesgos para la producción nacional? Cierto. ¿Aumentará la población del sector? Es muy probable y el consumidor zombi será el primero en notarlo y beneficiarse de ello. Entonces ¿es tan oscuro el panorama?

No necesariamente. Hay retos pero también oportunidades. En primer lugar, es necesario dejar atrás el viejo paradigma proteccionista, que tiene los días contados, más aún con los zombis en aumento. El proceso de integración global es un hecho irreversible y debemos adecuarnos a las nuevas reglas de juego. Así como a los hambrientos sujetos que ya se ven en cargos de elección popular y como directivos de corporaciones. En segundo lugar, la franja zombi nacional tiene el reto de poner en marcha las políticas de apoyo a la cadena de frío, junto con el gobierno nacional, para preservar la buena calidad de la alimentación de este segmento grogui.

La cooperación internacional que llega desde distintos frentes para el sector zombi debe traducirse en proyectos tangibles que promuevan la generación de valor y alimento fresco a lo largo de la faena. Las Alianzas Nutritivas serán de mortal importancia en este proceso. Es hora de construir el futuro del sector zombi con una visión de país, encontrando manjares en medio de las diferencias.

Diatriba del señor anfetamina

Una aburrida tarde de viernes en su oficina de negocios bursátiles. La vista a los cerros orientales desde el piso diecisiete de su elegante oficina en la calle setenta y dos no es suficiente. Tampoco su secretaria rubia, delgada y voluptuosa. Menos aún después de haberse acostado con ella anoche, luego de acabar con una botella de whisky en su despacho y cuando ya todos los compañeros de trabajo se habían ido. Acostarse es una descripción incorrecta. Usaron el escritorio y luego la mesa de juntas. Ella le produce hastío en este momento.

La resaca apenas lo deja pensar con claridad. Su cabeza está nublada y los temores lo invaden. Esta semana tuvo que entregar su apartamento en Cartagena, el yate y un auto de lujo como parte del arreglo con las autoridades para resarcir las pérdidas de sus principales clientes. Su mundo se derriba lentamente y se está quedando solo. Las ratas huyen del barco que se hunde y el capitán está perdiendo la cabeza.

Saca del cajón de su escritorio el tarro donde guarda las anfetaminas. Toma dos y las pasa con un trago de café negro. Cierra la puerta, abre la ventana y enciende un cigarrillo. No está permitido fumar en el edificio pero le da igual. Frente al estado actual de las cosas un llamado de atención de recursos humanos o seguridad le es indiferente. Con la primera bocanada se relaja y piensa en los buenos días, cuando todo andaba bien: gozaba de buena fama entre altos círculos de gobierno y dirigentes empresariales, y en una noche de parranda podía obtener miles de millones para invertir en un nuevo hedge fund, emisiones de bonos basura o acciones de empresas emergentes. Con tanto alcohol, cocaína, su contabilidad creativa y mujeres semidesnudas en medio, el asunto era pan comido. Se ríe en su interior y por primera vez disfruta el final de la tarde. Le parece un momento simbólico. Sabe que su vida está jodida y le quedan los días contados. Abre el tarro de anfetaminas y toma una pastilla más.

Pasó la última semana entre visitas a juzgados, oficinas de abogados y reuniones secretas con los directivos de la empresa. Hasta hace un par de meses era el niño genio de las finanzas, la joya de la corona y orgullo de los socios. Ahora ninguno de ellos quiere ser visto a su lado. Falta poco para que la prensa se entere del escándalo. El dinero desapareció en buena parte y lo que queda no alcanzará para dejar tranquilo a todos los involucrados. Lleva un par de semanas de alcohol y drogas para llevar la presión. Siempre en las noches. La mayoría de las veces solo y de vez en cuando teniendo sexo con su secretaria en la oficina, caso de la noche anterior.

Comienza a sentirse enérgico. Las pastillas hacen su efecto cuando recibe una llamada del socio mayoritario. Como siempre, número oculto en el celular. Lo saluda tratando de ser gentil:

- Hola mi doctor, ¿cómo estuvo el partido de tenis de hoy?
- Mejor que la reunión con los clientes de Canarias. No quieren saber de usted ni de la empresa. Van a hablar a la prensa.
- Pero si ellos no tienen problema. Sus depósitos están a salvo en el fondo de Bahamas. Nadie sabe de ese dinero. En los juzgados nadie lo ha mencionado.
- ¿Está seguro? ¿Ha hablado recientemente con su socio en Nassau?
- Hace un par de semanas, sí.
- Mi hijo fue a buscarlo ayer y la oficina está cerrada. Nadie trabaja allí desde el sábado. En Canarias corre la voz de que escapó para Malta y la Bratva lo protege.
- No puede ser. Voy a llamarlo ya. No puede escapar.
- No lo hará. Usted tampoco. Está metido en un gran problema. De ahora en adelante es mejor que no hablemos más de lo necesario. No me busque en la cena de beneficencia de esta noche. Yo lo llamaré luego.

Cuelga el teléfono y la mano le tiembla. Sabe que el socio es un hombre de oscura reputación. Hará lo que sea para salvar su pellejo y sobre todo, su dinero. Siente una combinación de temor por su vida y adrenalina extra por cuenta de las anfetaminas. Piensa que es hora de salir y dar un paseo. No hay nada más que hacer. A dónde, no lo sabe aún. La resaca se diluye en medio de su nuevo estado de euforia. Sale de la oficina y camina por el corredor. Su secretaria saca unas fotocopias cuando él se acerca por detrás y la toma de la cintura con una mano y del pecho izquierdo con la otra. Ella voltea la cara y él le da un largo beso, sin encontrar resistencia. El resto de la gente en la oficina los mira aterrados. Había rumores de su relación pero ninguna prueba. Ahora es distinto. Le dice adiós, y sin más palabras sale corriendo por el pasillo de entrada y alcanza el ascensor cuya puerta se está cerrando.

Camina por la séptima hacia el norte. Para en una tienda y compra una cerveza que sigue tomando en el camino. Fuma un cigarrillo, saca el tarro del bolsillo del saco y traga una pastilla más. Se quita la corbata y la deja en un bote de basura. Después de diez cuadras de trayecto deja los zapatos en medio de la calle. Se siente cómodo al tocar el pavimento con los pies. Le divierte ver la cara de la gente, correctamente vestida y asustada al darse cuenta de su apariencia. Una mujer lo detiene y le pregunta si le pasa algo. La ignora y sigue avanzando.

Se hace de noche cuando suena la alarma de su celular. Había olvidado la cena de beneficencia de las siete. No tiene tiempo para llegar a su casa, así que da media vuelta y se dirige al club. Está a pocas cuadras y la cena comienza en diez minutos. En su condición de promotor no puede faltar. El discurso inicial está a su cargo.

El vigilante no lo deja entrar al club por no tener zapatos ni corbata. Lo soborna con un billete de cincuenta mil y entra rápidamente. Sube al ascensor, luego de sacar otro billete para el operario y se baja en el piso octavo. El salón está lleno de líderes empresariales, políticos y algunos militares. En una mesa ve al socio mayoritario de la empresa con su esposa. Evitan mirarlo y él hace lo mismo. Sabe que está solo. Ya no le importa. La gente rumora sobre el aspecto del anfitrión. Camina directo al escenario y en el camino toma un vaso de whisky con hielo de la bandeja del mesero que sirve bebidas a una mesa de ancianas.

Sube al escenario. Una de las organizadoras trata de detenerlo y le pregunta si está bien. No hace caso, la esquiva y toma el micrófono. Saca el tarro de su bolsillo y toma un par de pastillas más que pasa con un trago del whisky que le queda. Y comienza el show:

(")
Señoras y señores, ministros y ministras, sacerdotes y sacerdotisas, generales y generalas, perros y gatas. No me complace estar aquí. La verdad es que preferiría seguir tomando whisky mientras fornico con mi secretaria en la mesa de reuniones de mi oficina, antes que venir a compartir el poco tiempo que tengo con semejante puñado de vejetes y mequetrefes que son ustedes.

Por su reacción veo que mis palabras causan risa en algunos y malestar en otras. No hay nada de gracia en lo que digo. No debería decir nada más pero hay que llenar el vacío. Y ya que es mi papel lo haré con palabras debidamente ordenadas y en lo posible que contengan mayoría victoriosa para las vocales. No se confundan. El asunto es sencillo: "bursátil" es una mala palabra desde ese punto de vista. Cinco a tres a favor de las consonantes. ¿Qué gracia tiene la victoria cuando se tiene la ventaja numérica a favor? Son veintitrés consonantes contra cinco de las otras. La cosa es diferente cuando hablamos de "cocaína". Cuatro a tres a favor de las vocales, que triunfan con la mínima diferencia. Pero cuando se habla de "auditoría" es el momento de pararse a aplaudir. En esta ocasión la victoria es contundente con el seis a tres a favor de las cinco solitarias pero promiscuas vocales de toda la vida. Estas chicas fáciles le dan sabor a la vida de los amargos e insonoros caballeros consonantes.

Ya entienden mi punto. Si no, lo entenderán con el tiempo. Ese mismo que algunos piensan estar perdiendo ahora. Veo por ejemplo a mi doctor en la mesa de la derecha con su señora, los dos que evitan mirar al escenario. Evitan mirarme, para ser más específico. Y en esto rompo las normas. No debería puntualizar nada en lo absoluto. Dejemos ese molesto nivel de detalles solo para los casos necesarios, tales como interrogatorios, juicios y relaciones sexuales, donde todo detalle vale.

¿No les parece que hablo con la seriedad que el momento amerita? ¿Mi actitud no es la correcta para un acto de beneficencia? Les diré algo. Este tipo de eventos y lugares filantroprostíbulos y benenvolventes me producen mareo. Aquí todos se creen encantadores, simpáticos y deliciosos, para recordar con sus palabras al poeta rumano en París. Pero yo les digo: me encuentro rodeado de imbéciles, payasos y figurines sin importancia alguna. Y no crean que me siento mejor que ustedes. Mi frasco vacío de anfetaminas es a mi verborrea lo que los fondos de inversión que administro a sus ambiciones y fraudes de impuestos. Poca cosa, quiero decir. Si los fondos de pensiones anuncian públicamente sus pérdidas por fluctuaciones del mercado ¿por qué no puedo hacerlo yo? A ellos los rescatará el gobierno cuando los medios conozcan el problema y le dediquen portadas y cabezotes por un par de días. Luego hablarán del riesgo de contagio del sistema, posible pánico financiero, o cualquier otra cosa denunciada por eficientes plañideras.

Para no dar más rodeos, les digo que su dinero se fue. El mío también. Mis bienes corrieron con la misma suerte. Esta semana entregué mi carro, un yate y un apartamento. Así que les pido que esta beneficencia se realice por mi causa que es la misma suya. Y prometo celebrar con ustedes en este mismo lugar y dentro de seis meses, el retorno de su inversión si deciden aportar por mi causa. Es una buena. No tiene pierde. Apuesto a las oportunidades que nadie ha encontrado. A la basura cuyo peso vale millones. Apuesto por el caos que genera movimiento. Por la vida oculta en la muerte. Por la molestia que genera placer. Por el rescate de gobierno que creará el impuesto a las transacciones maritales, noviazgos y acercamientos con posibilidades sexuales.

Es hora ya de acabar con esto. Un último whisky y prometo que terminaré. Aunque si les digo la verdad, no quiero hacerlo y podría seguir parado ante ustedes hasta que me bajen a golpes. Pero la historia necesita un fin. O mejor un buen escándalo. Un par de pastillas más, uno menos de zapatos y la verdad electrizante disfrazada de perrito de señora. Estoy cansado y necesito darme un respiro. Si necesitan información adicional estaré en mi oficina, fornicando.

Para este momento en que dejo el escenario, veo al personal de seguridad del club caminando hacia mí. Tengo poco tiempo para terminar, aunque material de sobra para continuar por horas. Adiós sinverguenzas míos. 
(")

martes, 30 de julio de 2013

Un día cualquiera en Medellín

Mi vuelo sale de Bogotá a las 7:40 de la madrugada. Pido el taxi a las seis, mucho antes de lo necesario pero lo hago porque en media hora ya no llegará ninguno hasta mi casa en la hora pico. Así que salgo con las primeras luces del día, los ojos rojos y el sabor a trasnocho en la boca. Logré dormirme luego de ver de nuevo Gangster Americano. La historia sobre Frank Lucas, el tráfico de la innovadora blue magic y la persecución del honesto y mujeriego Richie Roberts me mantuvo despierto casi hasta la una de la mañana.   
  
Llego al aeropuerto y me siento orgulloso de mi cumplimiento y tiempo de sobra suficiente para tomar un café y comer algo. Tengo un poco más de una hora. No es algo usual para mí. Voy a la máquina de check-in y el mensaje termina con mi alegría: SU VUELO SE HA CERRADO. En la oficina de información me dicen que mi vuelo y el anterior están atrasados. Cerrados. Da igual.

- ¿Tiene equipaje? –pregunta la señora en información.
- Solo una maleta de mano –le respondo.  
- Entonces puede seguir INMEDIATAMENTE a la sala 2. Están abordando.

Mierda. A correr y alcanzar mi nuevo vuelo. Si llevara más equipaje habría tenido que empezar el día con una pelea con Avianca. No fue así. Alcanzo el vuelo de las 6:30 y viajo sin más problemas. Me quedo dormido y sueño profundamente por treinta minutos. Último descanso antes del comité que irá hasta mediodía.

Estoy en un teatro de paredes blancas, piso y sillas de madera, al igual que el techo del escenario. Al menos debe haber unas quinientas personas de pie, hablando y esperando a que la función comience. Me siento en la primera fila cuando un par de señoras salen detrás del escenario y llaman al público al orden y a tomar sus respectivos lugares.   

Cuando ya todos estamos sentados, el escenario se llena con una fila de veinte niños y niñas, vestidos de pantalón corto blanco y camisa azul. Se quedan parados mirando al público, estáticos. No hacen nada. Desde el fondo del escenario y a la extrema derecha se ve la cara de un señor de anteojos que hace señas a los niños. Abre sus ojos y agita las manos. Les dice: “¡niños! ¡seguridad, seguridad, seguridad!”. Pero no responden. Siguen callados. El niño de la mitad, gordo y de pelo amarillo comienza a llorar. La niña morena de al lado lo sigue y así sucede con el resto de niños. Lloran sin parar. Personas del público suben al escenario y acarician y cargan a los niños. Deben ser sus padres; o tal vez agentes del Estado benefactor.

Los niños en paro: lloran y la autoridad corre a calmarlos. Nada más efectivo que una buena pataleta para conseguir lo que se necesita. Más aún cuando la figura de poder es vulnerable. No funciona en mi caso. Solo me río de la situación. El gordito que comenzó la protesta se ha calmado y me mira a los ojos. No le hice caso a sus lloriqueos, pero tampoco me molestan. Termina la función y salgo a la calle.        

Ya es hora de almorzar. Pido un teppanyaki y un café al final en un restaurante del Parque Lleras. Salgo a caminar, doy un par de vueltas por el parque y las calles de los bares y restaurantes, hasta que llamo a un taxi a media cuadra con la mano. Voy para el aeropuerto. El tipo me saluda con cara de alegría y me dice:

- Hermano, sabía que usted me iba a traer suerte.
- ¿Por qué?
- Porque llevo tiempo esperando al man que está ahí vea –lo señala en el parque, sentado con su novia en las piernas– pero nada que suelta a esa viejita. Ese no iba a salir con nada.
- Seguro, mejor ir para Rionegro.

El taxista es un tipo simpático. En el viaje me cuenta de los preparativos de la ciudad para la feria de las flores, que comienza el viernes y que será una buena parranda; habla sobre su señora, que siempre pide que lo recoja cuando está ocupado como ahora. Una voz sale de su GPS y dice BAJE LA VELOCIDAD, SUPERA EL LIMITE PERMITIDO. El tipo me explica que su GPS tiene ubicadas las cámaras de control de la ciudad. Lo compró luego de varias multas por exceso de velocidad. Sesenta kilómetros por hora es un límite paquidérmico. Me gusta esta aplicación de ingenio criollo.

El taxista ha aprendido a ahorrar y ahora se guía por el panfleto titulado “cómo hacer rendir la plata como taxista”; incluye tips ahorradores, ubicación de cámaras de control de velocidad en la ciudad y lista de lugares turísticos para llevar a los clientes, con valor aproximado de las tarifas.  

Llego al aeropuerto de nuevo. Hice el chick-in en Bogotá así que entro a la sala de espera. No hay nadie de Avianca en la puerta número 2, asignada a mi vuelo. Paso a la siguiente y pregunto por mi vuelo a una señorita.

- Está retrasado. No ha salido aún de Bogotá.
- ¿Cuánto se demora en salir?
- No sabemos aún. ¿Trae usted equipaje?
- Solamente esta maleta de mano.
- Espere un momento.

Me pide mi tiquete y lo cambia por uno para el vuelo de las dos, que también está retrasado pero saldrá en veinte minutos. Otra vez tengo suerte. Busco un asiento en la sala de espera cuando veo en un rincón al antiguo presidente y socio de la principal firma comisionista de bolsa de Colombia, tristemente célebre por el escándalo que por poco se lleva al infierno al sector financiero nacional y sí logró la desaparición de la firma, al igual que los ahorros declarados y no declarados de muchos.

Ya no espera el vuelo en el salón VIP. Entre el pueblo hay menos chance de ser reconocido y tener problemas, pensará. Llaman a abordar el avión y es el primero en hacer la fila de clase ejecutiva. Entra pero se sienta en clase turista. Cómo cambian las cosas para estos personajes. Del tipo regordete en las portadas de las revistas queda poco. Se lo ve flaco, demacrado y malgeniado.  

Personajes divertidos y otros no tanto, un día cualquiera en Medellín. Pataletas, sol y un plato de comida. Me gusta llegar a Rionegro porque la transición es perfecta entre el clima de Bogotá y la montaña antioqueña, para luego, en menos de una hora cambiar la temperatura al llegar a Medellín. Y después del almuerzo, cuando el calor comienza a golpear a los bogotanos desacostumbrados como yo, subir de nuevo a la montaña y disfrutar de la fresca brisa que baja por Las Palmas. Mejor aun cuando se supera el límite de los 60 kilómetros por hora.
    

sábado, 27 de julio de 2013

Espectro


Ya han pasado semanas desde la última vez que puse algo de música en el blog. Aquí va algo acústico, así no lo parezca por los efectos. La base es una progresión en guitarra acústica, con un motivo que se mueve entre el enigma y la alegría.
    

miércoles, 24 de julio de 2013

Dos gañanes

Se encuentran en el Chorro de Quevedo. Leonidas es el neurótico cocinero de un restaurante tipo corrientazo de la Candelaria. Ananías es conductor de bus retirado y almuerza con frecuencia en el local de Leonidas para luego echar pola con los vecinos en la tienda de la carrera cuarta. Esa es su rutina de lunes a jueves. Hoy es viernes y Ananías hizo lo mismo que los días anteriores, comer y beber. Solo que ahora termina a pico de botella con la segunda botella de moscatel que compró uno de los vecinos de la cuadra. Se siente borracho ya cuando Leonidas pasa al frente de la tienda, de camino al supermercado de la quinta y para comprar cebollas y tomates.

- Leonito, papá. ¿Qué dice el artista? -grita Ananías.
- No me diga así, borracho hijueputa. Me llamo Leonidas.
- Yo lo llamo como se me da la gana Leonito. No pelié tanto y venga y departe un trago de mostacho con nosotros.
- No me joda que estoy ocupado. Tengo que ir al mercado.
- Ay tan juiciosa la Leonita. ¡Y tan linda que se ve con esas greñas largas biscocha!
- No me busque porque me encuentra viejo malparido -responde Leonidas mientras se arremanga la camisa y golpea con el puño su mano izquierda, en pose desafiante. 

Ananías responde al gesto con un eructo luego del cual rompe la botella vacía de moscatel contra la pared, para quedarse solo con el cuello y sus partes rotas en la mano. El dueño de la tienda y otro vecino intervienen para separarlos. Dos perros callejeros llegan ladrando atraídos por los gritos y dan vueltas alrededor de los cuatro personajes. Una anciana sale por la ventana de la casa al lado y ofrece un pedazo de salchichón a los perros para que dejen de ladrar.

- No qué va. Es que así no se puede -dice Leonidas mientras abotona su camisa. El Ananías no respeta ni a su madre y uno no tiene por qué aguantarle tanto abuso. 

Los vecinos murmuran, a la expectativa de lo que vendrá.

- A callarse ranas que va a predicar el sapo -dice Ananías mientras bota el cuello de botella al piso y se abre paso entre los vecinos y la anciana, ahora en la calle y rodeada de los perros que piden más salchichón. Asume pose de sabio que conoce la naturaleza humana y domina la situación y sigue:
- Ya pasó Leonito. Todo biento en popa. No se amargue que todo se lo digo por su propio bien. A lo bien que no hay mala intención de mi persona.
- Estoy mamado de su forma de ser y de cómo jode siempre. También en el restaurante. Es que usted tiene guevo Ananías.
- Pero Leito es que usted es muy mamón. El otro día le pedí la sal y me puteó.
- Sisas. Y lo vuelvo a hacer viejo resabiado. Ese plato estaba al peluche cafuche y no iba a dejar que se lo cagara.
- ¿Si ve Leonita? Usted es un mariquita muy cansón. 
- Mariquita su madre borracho hijueputa -grita Leonidas mientras le cae encima a Ananías y luego los dos convertirse en un revuelto de puños y patadas hacia las caras, cuellos y estómagos. Los vecinos tratan de separarlos de nuevo pero reciben por igual parte de la paliza así que se hacen a un lado. La anciana llora y grita desesperada mientras los perros la acompañan ladrando. Llegan más vecinos que rodean la pelea gritando "cásquele", "duro al Leonito", "defiéndase borracho".

Luego de un par de vueltas Ananías queda sentado contra una pared y con la espalda de Leonidas sobre su pecho. Lo tiene bloqueado al cuello con su brazo derecho mientras sus piernas cubren las de Leonidas por encima, quien se defiende dando puñetazos a ciegas hacia atrás y buscando la cara de Ananías. Logra ponerle un par de golpes mientras Ananías se defiende con el puño izquierdo. El viejo conductor domina la situación y se siente poderoso:

- ¿Quiubo a ver ñampiro? ¿Ahora sí frescavena o quesos? 
- ¡Usted no diga frío hasta no ver pinguinos! -responde Leonidas, para luego morder el brazo de Ananías, quien lo suelta entre gritos y lloriqueos.
- ¡Ayy! Cojan a este vampiro pirobo. ¡Me chupó la sangre! ¡Me chupó la sangre!

La anciana se desmaya y los vecinos corren a levantarla del piso. Leonidas corre hacia la quinta y los perros van detrás de él, mientras le grita a Ananías, aun en el piso y lamentándose por la mordida en su brazo:

- ¡No me vuelva a pedir la sal! ¡No me vuelva a pedir la sal!

domingo, 21 de julio de 2013

Señor Paranoia

Raul era el vicepresidente de investigación y desarrollo de una multinacional de la industria farmacéutica. Un tipo con estudios de doctorado en Alemania y los anteriores a tal grado en Francia e Inglaterra. Sobra decir que dominaba las lenguas nativas de estos países; era un científico nato que llegó a ocupar cargos directivos, gracias a su brillante visión del desarrollo de productos y tecnologías, solamente comparable con el nivel de paranoia y excentricidad que mantenía en su vida diaria.

Lo primero que hizo al ser nombrado vicepresidente fue despedir a su chofer y contratar a uno nuevo que además de conducir el auto asignado por la empresa, tenía en su hoja de vida cursos realizados que lo convertían en karateka. La musculatura del tipo daba crédito a la referencia y en sus ratos libres impresionaba a los compañeros de trabajo con demostraciones de movimientos y llaves de la disciplina japonesa. Raúl se sintió particularmente seguro con la elección de su chofer. Pero no sería así por mucho tiempo. 

Una noche el trabajo entre Raul y Carlos, vicepresidente financiero, se extendió hasta la madrugada y luego de salir de la oficina y cenar habían continuado en la casa de Raul, con el estudio de un proyecto para el montaje de una nueva planta de proceso. Al terminar la sesión de trabajo, Raul pidió al chofer que llevara a Carlos a su casa, pues habían salido de la empresa en el mismo auto. En el camino fueron interceptados por dos taxis de los cuales bajaron hombres armados que amenazaron a Carlos y al chofer karateka. Este último rompió en llanto y pidió a gritos que no lo maltrataran. Carlos no pudo aguantar la risa y por ello recibió un golpe con el culo del revolver en la frente.

Luego de la visita a los cajeros automáticos que sigue a este tipo de situaciones, Carlos y el karateka, que no paraba de llorar, fueron dejados desnudos y con las manos amarradas atrás con sus corbatas, en un campo al norte de Bogotá. Antes de irse, uno de los bandidos les dijo:

- Bueno hijueputas, aquí termina esta mierda y que sigan vivos depende de que se porten bien -dijo el tipo mientras les tocaba la nuca a cada uno con el cañón del revolver.
- Lo que usted diga señor, pero por favor no me haga nada -respondió entre llantos el karateka.
- Callate pues gallina hijueputa y te quedás viendo al piso por media hora o sino juro que me devuelvo y los mato malparidos. Ya oyeron bien media hora y nada de maricadas.

En ese momento Carlos oyó cómo los tipos se alejaban corriendo y luego de unos segundos subían al carro y se iban del lugar. Miró atrás, se aseguró que no había nadie cerca y le dijo al chofer:

- Párese ya, hombre. No hay nadie aquí. Vamos a buscar un teléfono.
- No, no me voy a parar. Dijo que esperara media hora y no han pasado cinco minutos -dijo con la voz quebrada antes de comenzar a llorar de nuevo.
- Ya pasó karateka, camine que no nos podemos quedar aquí toda la noche -respondió Carlos mientras se limpiaba la sangre de la frente con la mano.

Al día siguiente la historia ya era un clásico en la oficina y todos, incluso Carlos, se reían de la transformación del karateka en un cobarde incapaz de oponer la menor resistencia a los atracadores. Raul se había enterado de la historia al amanecer por una llamada de la empresa y no volvió a la oficina por las siguientes dos semanas. Envió un correo electrónico a vicepresidentes y directores de área en el que explicaba su ausencia así: "Apreciados, lo que sucedió anoche a Carlos y a mi chofer fue parte de un complot en mi contra, en el que probablemente están implicados los holandeses que nos presentaron una propuesta de venta de maquinaria y que rechacé hace poco. Temo por mi vida y es por esto que en los próximos días me estableceré en un lugar del que no puedo revelar su ubicación. Espero que puedan tomar las decisiones correctas en mi ausencia. Los saluda, Raul".

Para este momento ya nadie en la empresa tenía dudas acerca del particular carácter de Raul y de su paranoia sin límites. Su aspecto físico contribuía de buena manera a la construcción de su excéntrica personalidad: piel blanca, bajo de estatura, delgado, pelo crespo y rubio, bien peinado en las mañanas pero alborotado y con look afro al final de la jornada. En los días anteriores al "paseo millonario" el presidente de la compañía había invitado a una comida en su casa. Carlos y Raul trabajaron hasta la hora de la comida y llegaron juntos a casa de su jefe. Carlos se anunció en la portería y Raul esperó a un lado, cuando el portero los sorprendió al llamar por el citófono:

- Buenas noches, aquí se encuentran el doctor Carlos y su señora.

Cuando subieron al apartamento del jefe la risa era colectiva y el cuento de "Carlos y su señora" sería el chiste número uno de los invitados durante toda la noche, a lo cual Raul solo respondería con risas nerviosas y expresiones de incomodidad. 

Pasaron las semanas y recuperado ya del asunto de la "conspiración holandesa" en su contra, Raul regresó al trabajo, esta vez con un mayor esquema de seguridad personal, chofer y varios escoltas. Asistió a un consejo de dirección que sería el último para él en la compañía. Durante toda la reunión Raul estuvo incómodo, secando el sudor de su frente con frecuencia, tomando agua a grandes tragos y con la cara congestionada y roja. La gente no podía dejar de mirarlo y compartir su fastidio, como si fuera algo contagioso.

A su lado estaba sentada María Clara, directora de mercadeo y tal vez la única persona en la que Raul tenía confianza en la reunión. Luego de secarse la frente con el pañuelo le pidió la agenda y escribió algo en ella para luego devolvérsela. Todos los asistentes seguían con la mirada los pasos de Raul y la reacción de María Clara, que solamente abrió los ojos al leer la nota en su agenda. La reunión terminó y Raul respiró profundo y fue el primero en salir del salón. Los demás se acercaron a María Clara, quien sin dudarlo leyó la nota en su agenda: "María Clara, me siento muy mal y creo que voy a morir pronto. Te pido el favor a ti y solo a ti, que una vez muera no dejes que ninguno de estos hijueputas toque mi cadáver. Atentamente, Raul".