Me levanto temprano en la mañana, desayuno y me tomo un purgante. Llevo meses de comida basura y cae bien limpiar el cuerpo. Salgo en el carro y llevo a mi hermana a su oficina. Luego entro a Granahorrar para dejar el carro mientras hago una vuelta cerca. Salgo del carro y camino hasta el ascensor más cercano, que me deja en una salida nueva para mí, en un callejón que desemboca en la 11. Aun tengo sueño. Qué diablos, pienso, necesito un café antes de hacer cualquier otra cosa.
Entro al centro comercial y recuerdo sus corredores que en los
ochenta estaban cubiertos por tapete. Parecía una extensión de tu casa, muy
acogedor, no hacía frío. Un dolor de cabeza en términos de aseo pero ese no era
mi problema. Así que me quedo con la agradable idea del centro comercial
entapetado que invitaba a caminar descalzo.
Me quedo en uno de los dos cafés de la plaza principal, el que
tiene un sofá disponible con un periódico del día en la mesa. Voy a la caja y
la mujer que atiende está más dormida que yo. Saca un par de billetes de la
caja registradora, una factura y me las entrega.
- Eso no es mío, acabo de llegar. Le digo y le devuelvo lo que me
acercó en el mostrador.
- Buenos días señor, un momento.
- Un café americano.
Tomo el café mientras ojeo el periódico y a una gatita a dos mesas
de la mía, con su estrecho vestido azul y carpeta empresarial del mismo color.
Voltea a mirar hacia mi mesa y atrás mío. Está sola en la mesa, lástima que sea
tan temprano y sin un par de tragos encima para atacar. Llega la persona a la
que espera y mi estómago se revuelve. Purgante y café son una mezcla efectiva.
La evacuación está próxima.
Comienzo a caminar por los corredores caprichosos en búsqueda de
un baño. Paso por un local de discos aun cerrado, otros de carros y plumas ya
abiertos y veo un baño al fondo. Entro y veo que está ocupado. Habrá que ir al
segundo piso, pienso.
Subo las escaleras y veo una pareja sentada abajo en una silla, el
tipo en papel de difícil y ella tratando de darle un beso. Llego al segundo
piso y camino hasta el baño. Misión cumplida. Me siento claro y despejado y
mientras camino veo algo en el fondo, en una esquina del tercer piso. Tengo que
comprobarlo. Hace mucho tiempo que no veía ese local.
Es Domo, la pizzeria familiar con banda en vivo y baja luminosidad
propicia para atacar a una gatita como la azul que estaba en el café del primer
piso. Ahora es un local que tuvo épocas mejores. Lo digo porque ya no tiene el
espacio para la banda. Bueno, aun no es mediodía, pienso, puede que lo
organicen después. Recuerdo cuando tenía 10 años y había un comercial en la
tele de Domo. Fue un hit en su época. Hoy es un restaurante más para las
oficinas de la zona.
A la vuelta encuentro dos locales de venta de discos, increíble,
en esta época de crisis del mercado discográfico Granahorrar (ahora tiene un
nombre distinto pero me da igual, para mí sigue siendo el centro del logo de
los caballos y se llama Granahorrar) tiene tres tiendas en el tercer piso. La
otra hace parte de una gran cadena, pero las dos que tengo al frente son
independientes. Incluso una de ellas no tiene nombre. Entro sin pensarlo dos
veces.
Acaban de abrir, el local es pequeño y tiene dos empleados. Un
hombre que está llegando a los cincuenta y una mujer tal vez unos 10 años menor
que el tipo. Los dos tienen pereza, me miran sin hablar y yo tampoco quiero
hacerlo, así que entro y comienzo a revisar sus estantes. Mucha música en
promoción, buena parte del catálogo de discos Fuentes, cine colombiano en DVD,
afiches de Metallica y Guns N' Roses. También hay juegos de mesa y algunas
porcelanas.
Me detengo un rato en una edición de Blue Lines de Massive Attack,
remasterizado en 2012 y en una hermosa edición de caja de cartón. En la parte
posterior hay un diseño impreso del embalaje de la caja, de tal forma que cada
canción hace parte del mapa como una pieza del engranaje. Aunque la edición
supera a la que tengo en casa, no se trata de mi álbum favorito. Para mí
Massive Attack es Mezzanine, ese oscuro, inteligente y sensual disco de 1998. Y
lo comprobé al verlos en Barcelona. Mientras esto sucede el tipo mayor alardea
a la mujer con sus ventas del día anterior:
- Sabe, ayer vendí el tablero de ajedrez, le dice a la mujer.
- ¿En serio? No le creo, responde ella mientras levanta varias
pilas de libros, hasta que encuentra el tablero. ¿Y esto qué es, ah?
- ¿Qué le dije yo? ¿El de ajedrez? No, vendí fue el de parqués.
- Sí, como no, y se ríe mientras saluda a una vecina del local de
al lado, que pide cambio para un cliente.
Salgo del local. Todo este tiempo he estado escapando a la vuelta
que tengo que hacer esta mañana. Una cosa llevó a la otra. El ascensor
equivocado al café, este al baño. El baño a Domo sin espacio para la banda, y
luego al local de discos. En un arranque de productividad que duraría poco,
bajo las escaleras y a mitad de camino veo una oficina del periódico que tiene
en estos días una colección de música clásica de la que ya tengo dos números en
casa. La oficina está al extremo del tercer piso así que tendré que bajar para
volver a subir.
En esas estoy cuando veo en la misma silla de abajo a la pareja,
el tipo todavía juega al difícil y ella da besos y lo abraza. Qué vagos,
pienso. Me gusta su actitud. Llego a la oficina y los dos empleados hablan por
teléfono en actitud relajada. Nada de tono comercial, ni esa falsa cordialidad
del telemercadeo. ¿Quién fue el imbécil que trajo esa pesadilla al mundo
moderno? Los call centers están de moda y dicen los expertos que Colombia tiene
una ventaja competitiva en esa desesperante actividad.
La señora deja su llamada con un singular y lento "ya
vuelvo", segura y tranquila. Le pago y me entrega una caja con cinco
discos de Tchaicovsky y salgo feliz. Ahora sí puedo ir a hacer mi vuelta. La
señora vuelve al teléfono y habla sobre el almuerzo. Bajo las escaleras y la
pareja sigue ahí. El tipo cedió y ahora se besan. Camino por uno de los corredores
laterales y me hago a un lado cuando pasa un empleado con una máquina para
limpiar el piso. Recuerdo el tapete, Domo en su época de furor y el cine barato
luego de las 10 de la noche al que venía con amigos del colegio. Épocas
ociosas, y personajes ociosos que siguen pasando sus días en este sitio que
solía llamarse Granahorrar.