Paul
llegó a mi curso después de perder varios años y quedarse atrás respecto a su
promoción. Su retraso era tal que para cuando llegó al séptimo grado, su curso
original ya se había graduado. Se entiende entonces que superaba con ventaja el
promedio de edad del curso.
Y lo
superaba también en fuerza muscular. Paul tenía un problema en sus piernas y no
podía caminar bien, por lo cual se ayudaba con un caminador. Su limitación lo
hizo desarrollar una increíble fuerza en los brazos, ya que movía con ellos el
peso de su cuerpo. Sus golpes tenían fama y eran temidos.
En
ciertas ocasiones se revelaba y dejaba de usar el caminador, como cuando jugaba
fútbol. Lo que sucedía entonces era que después de dar los primeros pasos
perdía el equilibrio y caía al piso arrastrando con él a los infelices que
estuvieran a su lado. Los tomaba del cuello, los hombros o los brazos y todos
para el suelo. Esta escena se repetía con frecuencia pues era un fanático
incansable del fútbol. Su entusiasmo por el deporte solo era comparable con su
mal genio y violencia cuando se sentía humillado u objeto de burla, la mayoría
de las veces sin causa alguna. Tenía además problemas de visión y sus gafas
eran un perfecto par de culos de botella.
En el
curso estaba también la Rata, vago buenavida que se ganó su apodo por ser una
de las lacras reconocidas del salón, siempre dispuesto a romper las reglas en
cualquier escenario. Y no fue la excepción en el retiro espiritual de El Ocaso.
El
Ocaso era un viejo complejo hotelero entrado en decadencia y en el cual nos
recibían por media semana y pagando una suma de dinero irrisoria, con el fin de
desarrollar ejercicios espirituales y de cultivo de la personalidad. Era una
payasada. Lo único que sucedía en El Ocaso era el inicio de las borracheras
colectivas. No era un lugar cómodo. Eramos casi cuarenta tipos y nos acomodaban
en dos cuartos, cada uno con diez hileras de camarotes. Los baños y duchas
quedaban a media cuadra de distancia de los cuartos, lo cual era un problema en
la noche ya que soltaban a los perros y estos corrían por todo el lugar, enorme
y lleno de caminos que llevaban desde la entrada en lo alto de la montaña,
pasando por el comedor, los cuartos y hasta la cancha de fútbol en la parte más
baja del terreno.
Una
noche después de la comida comenzó una guerra de bombas de agua. Globos de
fiesta llenos de agua en batalla abierta y con una sola regla: no se permitía
lanzar las bombas en los cuartos, esto para no mojar las camas y poder dormir
en un lugar seco al final. Pero la Rata no estaba dispuesta a cumplir con esta
regla ni con ninguna otra.
La Rata
atacó por sorpresa a varios desprevenidos en los cuartos lo cual generó ira
colectiva y deseos de venganza. Muchas camas y maletas estaban mojadas y la
noche iba a ser una mierda para los desafortunados. La Rata era pequeño de
estatura, por lo cual no fue difícil que un grupo de gente lo cogiera y llevara
arrastrado para la esquina de uno de los cuartos y proceder a lincharlo. La
Rata lloraba pero nadie sentía compasión y se veía venir una paliza para el
personaje.
Nadie
sintió compasión excepto Paul, que no tenía nada que ver en el asunto pero que
seguramente dejándose llevar por el objetivo espiritual de nuestra presencia en
El Ocaso, comenzó a defender a la Rata. Fue un discurso emotivo, logro bajar lo
ánimos de linchamiento de la mayoría. Hablaba del perdón, de dar nuevas
oportunidades y terminó haciendo uso de su posición de menos favorecido. Dio
dos pasos sin caminador y quedó delante de la Rata cuando dijo:
- "Muchachos,
si van a hacerle algo a la Rata, primero tendrán que hacérmelo a mí".
En ese
momento una bomba salió detrás de la gente y fue a parar a la cara de Paul. La
tiró Eduardo, otra joya del salón, quien rápidamente se escondió detrás de
Ujue, el guitarrista que pasaba del punk al metal tan rápido como jugaba y
amagaba al oponente en la cancha de fútbol. Paul escurrió el agua de la cara y
sus gafas, levanto la mirada y dijo:
- "¿Quién
fue el hijueputa? ¡Fue Ujue! Va a ver cabrón de mierda".
- "Yo
no hice nada Paul", dijo Ujue cuando vio que Paul se estiraba para cogerlo
y darle una paliza. Pero Ujue, hábil deportista lo esquivó y comenzó a correr.
Paul se lanzó entre los camarotes y parecía volar mientras estiraba sus brazos
para alcanzar a Ujue y gritaba que lo iba a matar.
Paul no
lo alcanzó y Ujue escapó de la paliza, mientras Eduardo se reía de lo que
pasaba. Todo esto parecía una comedia negra en la que las palabras
reconciliadoras de Paul eran transformadas en deseo de venganza y por obra
de una descarga de agua.
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