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domingo, 30 de junio de 2013

Paul, la compasión y la venganza


Paul llegó a mi curso después de perder varios años y quedarse atrás respecto a su promoción. Su retraso era tal que para cuando llegó al séptimo grado, su curso original ya se había graduado. Se entiende entonces que superaba con ventaja el promedio de edad del curso.

Y lo superaba también en fuerza muscular. Paul tenía un problema en sus piernas y no podía caminar bien, por lo cual se ayudaba con un caminador. Su limitación lo hizo desarrollar una increíble fuerza en los brazos, ya que movía con ellos el peso de su cuerpo. Sus golpes tenían fama y eran temidos.

En ciertas ocasiones se revelaba y dejaba de usar el caminador, como cuando jugaba fútbol. Lo que sucedía entonces era que después de dar los primeros pasos perdía el equilibrio y caía al piso arrastrando con él a los infelices que estuvieran a su lado. Los tomaba del cuello, los hombros o los brazos y todos para el suelo. Esta escena se repetía con frecuencia pues era un fanático incansable del fútbol. Su entusiasmo por el deporte solo era comparable con su mal genio y violencia cuando se sentía humillado u objeto de burla, la mayoría de las veces sin causa alguna. Tenía además problemas de visión y sus gafas eran un perfecto par de culos de botella.

En el curso estaba también la Rata, vago buenavida que se ganó su apodo por ser una de las lacras reconocidas del salón, siempre dispuesto a romper las reglas en cualquier escenario. Y no fue la excepción en el retiro espiritual de El Ocaso.

El Ocaso era un viejo complejo hotelero entrado en decadencia y en el cual nos recibían por media semana y pagando una suma de dinero irrisoria, con el fin de desarrollar ejercicios espirituales y de cultivo de la personalidad. Era una payasada. Lo único que sucedía en El Ocaso era el inicio de las borracheras colectivas. No era un lugar cómodo. Eramos casi cuarenta tipos y nos acomodaban en dos cuartos, cada uno con diez hileras de camarotes. Los baños y duchas quedaban a media cuadra de distancia de los cuartos, lo cual era un problema en la noche ya que soltaban a los perros y estos corrían por todo el lugar, enorme y lleno de caminos que llevaban desde la entrada en lo alto de la montaña, pasando por el comedor, los cuartos y hasta la cancha de fútbol en la parte más baja del terreno.

Una noche después de la comida comenzó una guerra de bombas de agua. Globos de fiesta llenos de agua en batalla abierta y con una sola regla: no se permitía lanzar las bombas en los cuartos, esto para no mojar las camas y poder dormir en un lugar seco al final. Pero la Rata no estaba dispuesta a cumplir con esta regla ni con ninguna otra.

La Rata atacó por sorpresa a varios desprevenidos en los cuartos lo cual generó ira colectiva y deseos de venganza. Muchas camas y maletas estaban mojadas y la noche iba a ser una mierda para los desafortunados. La Rata era pequeño de estatura, por lo cual no fue difícil que un grupo de gente lo cogiera y llevara arrastrado para la esquina de uno de los cuartos y proceder a lincharlo. La Rata lloraba pero nadie sentía compasión y se veía venir una paliza para el personaje.

Nadie sintió compasión excepto Paul, que no tenía nada que ver en el asunto pero que seguramente dejándose llevar por el objetivo espiritual de nuestra presencia en El Ocaso, comenzó a defender a la Rata. Fue un discurso emotivo, logro bajar lo ánimos de linchamiento de la mayoría. Hablaba del perdón, de dar nuevas oportunidades y terminó haciendo uso de su posición de menos favorecido. Dio dos pasos sin caminador y quedó delante de la Rata cuando dijo: 

- "Muchachos, si van a hacerle algo a la Rata, primero tendrán que hacérmelo a mí".

En ese momento una bomba salió detrás de la gente y fue a parar a la cara de Paul. La tiró Eduardo, otra joya del salón, quien rápidamente se escondió detrás de Ujue, el guitarrista que pasaba del punk al metal tan rápido como jugaba y amagaba al oponente en la cancha de fútbol. Paul escurrió el agua de la cara y sus gafas, levanto la mirada y dijo:

- "¿Quién fue el hijueputa? ¡Fue Ujue! Va a ver cabrón de mierda".
- "Yo no hice nada Paul", dijo Ujue cuando vio que Paul se estiraba para cogerlo y darle una paliza. Pero Ujue, hábil deportista lo esquivó y comenzó a correr. Paul se lanzó entre los camarotes y parecía volar mientras estiraba sus brazos para alcanzar a Ujue y gritaba que lo iba a matar.

Paul no lo alcanzó y Ujue escapó de la paliza, mientras Eduardo se reía de lo que pasaba. Todo esto parecía una comedia negra en la que las palabras reconciliadoras de Paul eran transformadas en deseo de venganza y por obra de una descarga de agua. 

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