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martes, 27 de agosto de 2013

Diatriba del señor anfetamina

Una aburrida tarde de viernes en su oficina de negocios bursátiles. La vista a los cerros orientales desde el piso diecisiete de su elegante oficina en la calle setenta y dos no es suficiente. Tampoco su secretaria rubia, delgada y voluptuosa. Menos aún después de haberse acostado con ella anoche, luego de acabar con una botella de whisky en su despacho y cuando ya todos los compañeros de trabajo se habían ido. Acostarse es una descripción incorrecta. Usaron el escritorio y luego la mesa de juntas. Ella le produce hastío en este momento.

La resaca apenas lo deja pensar con claridad. Su cabeza está nublada y los temores lo invaden. Esta semana tuvo que entregar su apartamento en Cartagena, el yate y un auto de lujo como parte del arreglo con las autoridades para resarcir las pérdidas de sus principales clientes. Su mundo se derriba lentamente y se está quedando solo. Las ratas huyen del barco que se hunde y el capitán está perdiendo la cabeza.

Saca del cajón de su escritorio el tarro donde guarda las anfetaminas. Toma dos y las pasa con un trago de café negro. Cierra la puerta, abre la ventana y enciende un cigarrillo. No está permitido fumar en el edificio pero le da igual. Frente al estado actual de las cosas un llamado de atención de recursos humanos o seguridad le es indiferente. Con la primera bocanada se relaja y piensa en los buenos días, cuando todo andaba bien: gozaba de buena fama entre altos círculos de gobierno y dirigentes empresariales, y en una noche de parranda podía obtener miles de millones para invertir en un nuevo hedge fund, emisiones de bonos basura o acciones de empresas emergentes. Con tanto alcohol, cocaína, su contabilidad creativa y mujeres semidesnudas en medio, el asunto era pan comido. Se ríe en su interior y por primera vez disfruta el final de la tarde. Le parece un momento simbólico. Sabe que su vida está jodida y le quedan los días contados. Abre el tarro de anfetaminas y toma una pastilla más.

Pasó la última semana entre visitas a juzgados, oficinas de abogados y reuniones secretas con los directivos de la empresa. Hasta hace un par de meses era el niño genio de las finanzas, la joya de la corona y orgullo de los socios. Ahora ninguno de ellos quiere ser visto a su lado. Falta poco para que la prensa se entere del escándalo. El dinero desapareció en buena parte y lo que queda no alcanzará para dejar tranquilo a todos los involucrados. Lleva un par de semanas de alcohol y drogas para llevar la presión. Siempre en las noches. La mayoría de las veces solo y de vez en cuando teniendo sexo con su secretaria en la oficina, caso de la noche anterior.

Comienza a sentirse enérgico. Las pastillas hacen su efecto cuando recibe una llamada del socio mayoritario. Como siempre, número oculto en el celular. Lo saluda tratando de ser gentil:

- Hola mi doctor, ¿cómo estuvo el partido de tenis de hoy?
- Mejor que la reunión con los clientes de Canarias. No quieren saber de usted ni de la empresa. Van a hablar a la prensa.
- Pero si ellos no tienen problema. Sus depósitos están a salvo en el fondo de Bahamas. Nadie sabe de ese dinero. En los juzgados nadie lo ha mencionado.
- ¿Está seguro? ¿Ha hablado recientemente con su socio en Nassau?
- Hace un par de semanas, sí.
- Mi hijo fue a buscarlo ayer y la oficina está cerrada. Nadie trabaja allí desde el sábado. En Canarias corre la voz de que escapó para Malta y la Bratva lo protege.
- No puede ser. Voy a llamarlo ya. No puede escapar.
- No lo hará. Usted tampoco. Está metido en un gran problema. De ahora en adelante es mejor que no hablemos más de lo necesario. No me busque en la cena de beneficencia de esta noche. Yo lo llamaré luego.

Cuelga el teléfono y la mano le tiembla. Sabe que el socio es un hombre de oscura reputación. Hará lo que sea para salvar su pellejo y sobre todo, su dinero. Siente una combinación de temor por su vida y adrenalina extra por cuenta de las anfetaminas. Piensa que es hora de salir y dar un paseo. No hay nada más que hacer. A dónde, no lo sabe aún. La resaca se diluye en medio de su nuevo estado de euforia. Sale de la oficina y camina por el corredor. Su secretaria saca unas fotocopias cuando él se acerca por detrás y la toma de la cintura con una mano y del pecho izquierdo con la otra. Ella voltea la cara y él le da un largo beso, sin encontrar resistencia. El resto de la gente en la oficina los mira aterrados. Había rumores de su relación pero ninguna prueba. Ahora es distinto. Le dice adiós, y sin más palabras sale corriendo por el pasillo de entrada y alcanza el ascensor cuya puerta se está cerrando.

Camina por la séptima hacia el norte. Para en una tienda y compra una cerveza que sigue tomando en el camino. Fuma un cigarrillo, saca el tarro del bolsillo del saco y traga una pastilla más. Se quita la corbata y la deja en un bote de basura. Después de diez cuadras de trayecto deja los zapatos en medio de la calle. Se siente cómodo al tocar el pavimento con los pies. Le divierte ver la cara de la gente, correctamente vestida y asustada al darse cuenta de su apariencia. Una mujer lo detiene y le pregunta si le pasa algo. La ignora y sigue avanzando.

Se hace de noche cuando suena la alarma de su celular. Había olvidado la cena de beneficencia de las siete. No tiene tiempo para llegar a su casa, así que da media vuelta y se dirige al club. Está a pocas cuadras y la cena comienza en diez minutos. En su condición de promotor no puede faltar. El discurso inicial está a su cargo.

El vigilante no lo deja entrar al club por no tener zapatos ni corbata. Lo soborna con un billete de cincuenta mil y entra rápidamente. Sube al ascensor, luego de sacar otro billete para el operario y se baja en el piso octavo. El salón está lleno de líderes empresariales, políticos y algunos militares. En una mesa ve al socio mayoritario de la empresa con su esposa. Evitan mirarlo y él hace lo mismo. Sabe que está solo. Ya no le importa. La gente rumora sobre el aspecto del anfitrión. Camina directo al escenario y en el camino toma un vaso de whisky con hielo de la bandeja del mesero que sirve bebidas a una mesa de ancianas.

Sube al escenario. Una de las organizadoras trata de detenerlo y le pregunta si está bien. No hace caso, la esquiva y toma el micrófono. Saca el tarro de su bolsillo y toma un par de pastillas más que pasa con un trago del whisky que le queda. Y comienza el show:

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Señoras y señores, ministros y ministras, sacerdotes y sacerdotisas, generales y generalas, perros y gatas. No me complace estar aquí. La verdad es que preferiría seguir tomando whisky mientras fornico con mi secretaria en la mesa de reuniones de mi oficina, antes que venir a compartir el poco tiempo que tengo con semejante puñado de vejetes y mequetrefes que son ustedes.

Por su reacción veo que mis palabras causan risa en algunos y malestar en otras. No hay nada de gracia en lo que digo. No debería decir nada más pero hay que llenar el vacío. Y ya que es mi papel lo haré con palabras debidamente ordenadas y en lo posible que contengan mayoría victoriosa para las vocales. No se confundan. El asunto es sencillo: "bursátil" es una mala palabra desde ese punto de vista. Cinco a tres a favor de las consonantes. ¿Qué gracia tiene la victoria cuando se tiene la ventaja numérica a favor? Son veintitrés consonantes contra cinco de las otras. La cosa es diferente cuando hablamos de "cocaína". Cuatro a tres a favor de las vocales, que triunfan con la mínima diferencia. Pero cuando se habla de "auditoría" es el momento de pararse a aplaudir. En esta ocasión la victoria es contundente con el seis a tres a favor de las cinco solitarias pero promiscuas vocales de toda la vida. Estas chicas fáciles le dan sabor a la vida de los amargos e insonoros caballeros consonantes.

Ya entienden mi punto. Si no, lo entenderán con el tiempo. Ese mismo que algunos piensan estar perdiendo ahora. Veo por ejemplo a mi doctor en la mesa de la derecha con su señora, los dos que evitan mirar al escenario. Evitan mirarme, para ser más específico. Y en esto rompo las normas. No debería puntualizar nada en lo absoluto. Dejemos ese molesto nivel de detalles solo para los casos necesarios, tales como interrogatorios, juicios y relaciones sexuales, donde todo detalle vale.

¿No les parece que hablo con la seriedad que el momento amerita? ¿Mi actitud no es la correcta para un acto de beneficencia? Les diré algo. Este tipo de eventos y lugares filantroprostíbulos y benenvolventes me producen mareo. Aquí todos se creen encantadores, simpáticos y deliciosos, para recordar con sus palabras al poeta rumano en París. Pero yo les digo: me encuentro rodeado de imbéciles, payasos y figurines sin importancia alguna. Y no crean que me siento mejor que ustedes. Mi frasco vacío de anfetaminas es a mi verborrea lo que los fondos de inversión que administro a sus ambiciones y fraudes de impuestos. Poca cosa, quiero decir. Si los fondos de pensiones anuncian públicamente sus pérdidas por fluctuaciones del mercado ¿por qué no puedo hacerlo yo? A ellos los rescatará el gobierno cuando los medios conozcan el problema y le dediquen portadas y cabezotes por un par de días. Luego hablarán del riesgo de contagio del sistema, posible pánico financiero, o cualquier otra cosa denunciada por eficientes plañideras.

Para no dar más rodeos, les digo que su dinero se fue. El mío también. Mis bienes corrieron con la misma suerte. Esta semana entregué mi carro, un yate y un apartamento. Así que les pido que esta beneficencia se realice por mi causa que es la misma suya. Y prometo celebrar con ustedes en este mismo lugar y dentro de seis meses, el retorno de su inversión si deciden aportar por mi causa. Es una buena. No tiene pierde. Apuesto a las oportunidades que nadie ha encontrado. A la basura cuyo peso vale millones. Apuesto por el caos que genera movimiento. Por la vida oculta en la muerte. Por la molestia que genera placer. Por el rescate de gobierno que creará el impuesto a las transacciones maritales, noviazgos y acercamientos con posibilidades sexuales.

Es hora ya de acabar con esto. Un último whisky y prometo que terminaré. Aunque si les digo la verdad, no quiero hacerlo y podría seguir parado ante ustedes hasta que me bajen a golpes. Pero la historia necesita un fin. O mejor un buen escándalo. Un par de pastillas más, uno menos de zapatos y la verdad electrizante disfrazada de perrito de señora. Estoy cansado y necesito darme un respiro. Si necesitan información adicional estaré en mi oficina, fornicando.

Para este momento en que dejo el escenario, veo al personal de seguridad del club caminando hacia mí. Tengo poco tiempo para terminar, aunque material de sobra para continuar por horas. Adiós sinverguenzas míos. 
(")

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