Mi
vuelo sale de Bogotá a las 7:40 de la madrugada. Pido el taxi a las seis, mucho
antes de lo necesario pero lo hago porque en media hora ya no llegará ninguno
hasta mi casa en la hora pico. Así que salgo con las primeras luces del día,
los ojos rojos y el sabor a trasnocho en la boca. Logré dormirme luego de ver
de nuevo Gangster Americano. La historia sobre Frank Lucas, el tráfico de la
innovadora blue magic y la persecución del honesto y
mujeriego Richie Roberts me mantuvo despierto casi hasta la una de la mañana.
Llego
al aeropuerto y me siento orgulloso de mi cumplimiento y tiempo de sobra
suficiente para tomar un café y comer algo. Tengo un poco más de una hora. No
es algo usual para mí. Voy a la máquina de check-in y el mensaje termina con mi
alegría: SU VUELO SE HA CERRADO. En la oficina de información me dicen que mi
vuelo y el anterior están atrasados. Cerrados. Da igual.
- ¿Tiene equipaje? –pregunta la señora
en información.
- Solo una maleta de mano –le respondo.
- Entonces puede seguir INMEDIATAMENTE a
la sala 2. Están abordando.
Mierda.
A correr y alcanzar mi nuevo vuelo. Si llevara más equipaje habría tenido que
empezar el día con una pelea con Avianca. No fue así. Alcanzo el vuelo de las
6:30 y viajo sin más problemas. Me quedo dormido y sueño profundamente por
treinta minutos. Último descanso antes del comité que irá hasta mediodía.
Estoy
en un teatro de paredes blancas, piso y sillas de madera, al igual que el techo
del escenario. Al menos debe haber unas quinientas personas de pie, hablando y
esperando a que la función comience. Me siento en la primera fila cuando un par
de señoras salen detrás del escenario y llaman al público al orden y a tomar
sus respectivos lugares.
Cuando
ya todos estamos sentados, el escenario se llena con una fila de veinte niños y
niñas, vestidos de pantalón corto blanco y camisa azul. Se quedan parados
mirando al público, estáticos. No hacen nada. Desde el fondo del escenario y a la extrema derecha se ve la cara de un señor de anteojos que hace señas a los niños. Abre
sus ojos y agita las manos. Les dice: “¡niños! ¡seguridad, seguridad, seguridad!”. Pero no
responden. Siguen callados. El niño de la mitad, gordo y de pelo amarillo
comienza a llorar. La niña morena de al lado lo sigue y así sucede con el resto
de niños. Lloran sin parar. Personas del público suben al escenario y acarician
y cargan a los niños. Deben ser sus padres; o tal vez agentes del Estado
benefactor.
Los
niños en paro: lloran y la autoridad corre a calmarlos. Nada más efectivo que
una buena pataleta para conseguir lo que se necesita. Más aún cuando la figura
de poder es vulnerable. No funciona en mi caso. Solo me río de la situación. El
gordito que comenzó la protesta se ha calmado y me mira a los ojos. No le hice
caso a sus lloriqueos, pero tampoco me molestan. Termina la función y salgo a
la calle.
Ya es
hora de almorzar. Pido un teppanyaki y un café al final en un restaurante del
Parque Lleras. Salgo a caminar, doy un par de vueltas por el parque y las
calles de los bares y restaurantes, hasta que llamo a un taxi a media cuadra
con la mano. Voy para el aeropuerto. El tipo me saluda con cara de alegría y me
dice:
- Hermano, sabía que usted me iba a
traer suerte.
- ¿Por qué?
- Porque llevo tiempo esperando al man que está ahí vea –lo
señala en el parque, sentado con su novia en las piernas– pero nada que
suelta a esa viejita. Ese no iba a salir con nada.
- Seguro, mejor ir para Rionegro.
El
taxista es un tipo simpático. En el viaje me cuenta de los preparativos de la
ciudad para la feria de las flores, que comienza el viernes y que será una
buena parranda; habla sobre su señora, que siempre pide que lo recoja cuando
está ocupado como ahora. Una voz sale de su GPS y dice BAJE LA VELOCIDAD,
SUPERA EL LIMITE PERMITIDO. El tipo me explica que su GPS tiene ubicadas las
cámaras de control de la ciudad. Lo compró luego de varias multas por exceso de
velocidad. Sesenta kilómetros por hora es un límite paquidérmico. Me gusta esta
aplicación de ingenio criollo.
El
taxista ha aprendido a ahorrar y ahora se guía por el panfleto titulado “cómo
hacer rendir la plata como taxista”; incluye tips ahorradores, ubicación de
cámaras de control de velocidad en la ciudad y lista de lugares turísticos para
llevar a los clientes, con valor aproximado de las tarifas.
Llego
al aeropuerto de nuevo. Hice el chick-in en Bogotá así que entro a la sala de
espera. No hay nadie de Avianca en la puerta número 2, asignada a mi vuelo.
Paso a la siguiente y pregunto por mi vuelo a una señorita.
- Está retrasado. No ha salido aún de
Bogotá.
- ¿Cuánto se demora en salir?
- No sabemos aún. ¿Trae usted equipaje?
- Solamente esta maleta de mano.
- Espere un momento.
Me pide
mi tiquete y lo cambia por uno para el vuelo de las dos, que también está
retrasado pero saldrá en veinte minutos. Otra vez tengo suerte. Busco un
asiento en la sala de espera cuando veo en un rincón al antiguo presidente y
socio de la principal firma comisionista de bolsa de Colombia, tristemente
célebre por el escándalo que por poco se lleva al infierno al sector financiero
nacional y sí logró la desaparición de la firma, al igual que los ahorros
declarados y no declarados de muchos.
Ya no
espera el vuelo en el salón VIP. Entre el pueblo hay menos chance de ser
reconocido y tener problemas, pensará. Llaman a abordar el avión y es el
primero en hacer la fila de clase ejecutiva. Entra pero se sienta en clase
turista. Cómo cambian las cosas para estos personajes. Del tipo regordete en
las portadas de las revistas queda poco. Se lo ve flaco, demacrado y
malgeniado.
Personajes
divertidos y otros no tanto, un día cualquiera en Medellín. Pataletas, sol y
un plato de comida. Me gusta llegar a Rionegro porque la transición es perfecta entre
el clima de Bogotá y la montaña antioqueña, para luego, en menos de una hora
cambiar la temperatura al llegar a Medellín. Y después del almuerzo, cuando el
calor comienza a golpear a los bogotanos desacostumbrados como yo, subir de nuevo a
la montaña y disfrutar de la fresca brisa que baja por Las Palmas. Mejor aun
cuando se supera el límite de los 60 kilómetros por hora.
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