La oscuridad. La noche
larga de lluvia y sin chance de salir a la calle. El miedo de nuevo. El dolor
en el vientre. La cama vacía. Recuerdo el momento como si solo fueran minutos
los que lo separan de mi actual ser. Pero son diez años desde entonces. Casi
no lo creo. Al principio no sentí nada. Una especie de anestesia emocional que
me hizo libre. El desapego que me dejó manejar el carro con tanta calma luego
de dejarte en el aeropuerto. La resaca de la noche anterior. Eso fue. No pensaba
del todo bien. Estaba aún eufórico. Tomamos tanto whisky como pudimos para
luego comer una mazorca desgranada en el único local que encontramos abierto
antes de volver a mi casa. La última noche. Una fiesta tan divertida como lo fue
la primera. Durante meses continuamos con el mismo ritmo y alegría de la noche
en que nos conocimos.
Tengo que presentarte a una amiga que es igual a ti, me
dijo ella cuando llegamos a la puerta de tu casa. Me reí y le pedí que me
explicara. Hablan de las mismas cosas, respondió. En fin. Abriste la puerta y
así comenzó todo. No podíamos parar de hablar, salir, tocar, jugar, tomar, y faltar
a todo tipo de compromisos para estar juntos. Fueron divertidos seis meses. Todo
estaba ahí. Momentos completos que exprimimos cuanto fue posible. Pienso que
fueron años.
Cuando llamaste a mediodía
y me dijiste que habías perdido el avión fue como un electroshock. Volví a la
realidad. Me pasó el guayabo y fui consciente de que no volvería a verte. Pero ahora
había ganado un par de horas más contigo, hasta que saliera el vuelo del día
siguiente. Muy temprano en la mañana. Comencé a sentir frío y estuve así todo
el día, hasta la noche. Nos acostamos, comimos y tomamos un par de tragos de
whisky, un café y dormimos un rato. Al amanecer te fuiste en un taxi. Llegó en
medio de la lluvia. El frío se sentía peor aún. Tengo escalofríos cuando
recuerdo ese momento.
Las cosas se hicieron
complicadas desde entonces. Luchamos un par de meses por mantener el contacto. Por
no aceptar lo inevitable. Por conservar la risa. Como ocean crows, disfrutando de
un baño caliente; de una fiesta en la que éramos la atracción principal. Guitarras,
loops y congas. Vivimos la fiesta, aguantamos la resaca y luego todo volvió a
ser como antes. Distinto a lo que sucedió con las canciones.
Las veces que creí estar
contigo, solo fueron ilusión. No puede ser conmigo. No puede ser conmigo, una
vez más. Y vas a callar. Vas a evitar. Y no creo ser nada especial. Solo fue mi
ansiedad. No puede ser conmigo, una vez más.
Luego evité las letras. Las
cartas. El contacto. Tú también. Era lo que tenía que pasar. Continuar. Ceder. Olvidar.
Servicio individual para personas solitarias. Cápsulas de vida en porciones
unitarias. Singol servin´. Experimentos. Crecer y no tener definido el
norte. Con tantas voces, cómo escoger. No importa. Solo seguir adelante y
probar caminos. Hasta perder la ruta y en medio de las vueltas y vueltas en el
mismo vagón del metro, lograr ver cuál es la parada y salir en Alfons X para
caminar bajo la luz del sol. Caer dormido y no oír tu llamada al amanecer. No
podía ser de otra forma.
El ensayo y error como
constante que prosiguió en esta historia. El experimento constante. El afán, la
ansiedad y la búsqueda de resultados rápidos. Una etapa. Asimilada y en
retrospectiva, un tanto insensata. Nada de que arrepentirse. Parte del proceso
y válida solo por eso. Ahora la inspiración requiere de elementos nuevos. No del
todo. De hecho consiste en buscarlos en el análisis exhaustivo inicial, cuando
todo estaba en imágenes mentales. Proyecciones e ideales. Ahora parecen
moldeables. Inspiración, libertad y método.
Es de noche de nuevo. Llueve
y los relámpagos al norte iluminan el final de la cortina, en su coyuntura con
la pared blanca. La luz que surge en la oscuridad. Poderosa. Total. Señales del
cambio. Las horas siguientes serán
largas. Las palabras también. Otra perspectiva. Sueños profundos y acordes
abiertos.