Se
encuentran en el Chorro de Quevedo. Leonidas es el neurótico cocinero de un
restaurante tipo corrientazo de la Candelaria. Ananías es conductor de bus
retirado y almuerza con frecuencia en el local de Leonidas para luego echar
pola con los vecinos en la tienda de la carrera cuarta. Esa es su rutina de
lunes a jueves. Hoy es viernes y Ananías hizo lo mismo que los días anteriores,
comer y beber. Solo que ahora termina a pico de botella con la segunda botella
de moscatel que compró uno de los vecinos de la cuadra. Se siente borracho ya
cuando Leonidas pasa al frente de la tienda, de camino al supermercado de la
quinta y para comprar cebollas y tomates.
-
Leonito, papá. ¿Qué dice el artista? -grita Ananías.
- No me
diga así, borracho hijueputa. Me llamo Leonidas.
- Yo lo
llamo como se me da la gana Leonito. No pelié tanto y venga y departe un trago
de mostacho con nosotros.
- No me
joda que estoy ocupado. Tengo que ir al mercado.
- Ay
tan juiciosa la Leonita. ¡Y tan linda que se ve con esas greñas largas
biscocha!
- No me
busque porque me encuentra viejo malparido -responde Leonidas mientras se
arremanga la camisa y golpea con el puño su mano izquierda, en pose
desafiante.
Ananías
responde al gesto con un eructo luego del cual rompe la botella vacía de
moscatel contra la pared, para quedarse solo con el cuello y sus partes rotas
en la mano. El dueño de la tienda y otro vecino intervienen para separarlos.
Dos perros callejeros llegan ladrando atraídos por los gritos y dan vueltas
alrededor de los cuatro personajes. Una anciana sale por la ventana de la casa
al lado y ofrece un pedazo de salchichón a los perros para que dejen de ladrar.
- No
qué va. Es que así no se puede -dice Leonidas mientras abotona su camisa. El
Ananías no respeta ni a su madre y uno no tiene por qué aguantarle tanto
abuso.
Los
vecinos murmuran, a la expectativa de lo que vendrá.
- A
callarse ranas que va a predicar el sapo -dice Ananías mientras bota el
cuello de botella al piso y se abre paso entre los vecinos y la anciana, ahora
en la calle y rodeada de los perros que piden más salchichón. Asume pose de
sabio que conoce la naturaleza humana y domina la situación y sigue:
- Ya
pasó Leonito. Todo biento en popa. No se amargue que todo se lo digo por su
propio bien. A lo bien que no hay mala intención de mi persona.
- Estoy
mamado de su forma de ser y de cómo jode siempre. También en el restaurante. Es
que usted tiene guevo Ananías.
- Pero
Leito es que usted es muy mamón. El otro día le pedí la sal y me puteó.
-
Sisas. Y lo vuelvo a hacer viejo resabiado. Ese plato estaba al peluche cafuche
y no iba a dejar que se lo cagara.
- ¿Si
ve Leonita? Usted es un mariquita muy cansón.
-
Mariquita su madre borracho hijueputa -grita Leonidas mientras le cae encima a
Ananías y luego los dos convertirse en un revuelto de puños y patadas hacia las
caras, cuellos y estómagos. Los vecinos tratan de separarlos de nuevo pero
reciben por igual parte de la paliza así que se hacen a un lado. La anciana llora
y grita desesperada mientras los perros la acompañan ladrando. Llegan más
vecinos que rodean la pelea gritando "cásquele", "duro al
Leonito", "defiéndase borracho".
Luego
de un par de vueltas Ananías queda sentado contra una pared y con la espalda de
Leonidas sobre su pecho. Lo tiene bloqueado al cuello con su brazo derecho
mientras sus piernas cubren las de Leonidas por encima, quien se defiende dando
puñetazos a ciegas hacia atrás y buscando la cara de Ananías. Logra ponerle un
par de golpes mientras Ananías
se defiende con el puño izquierdo. El viejo conductor domina la situación y se
siente poderoso:
-
¿Quiubo a ver ñampiro? ¿Ahora sí frescavena o quesos?
-
¡Usted no diga frío hasta no ver pinguinos! -responde Leonidas, para luego morder el brazo de Ananías, quien lo suelta entre gritos y lloriqueos.
- ¡Ayy!
Cojan a este vampiro pirobo. ¡Me chupó la sangre! ¡Me chupó la sangre!
La
anciana se desmaya y los vecinos corren a levantarla del piso. Leonidas corre
hacia la quinta y los perros van detrás de él, mientras le grita a Ananías, aun
en el piso y lamentándose por la mordida en su brazo:
- ¡No
me vuelva a pedir la sal! ¡No me vuelva a pedir la sal!
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