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miércoles, 24 de julio de 2013

Dos gañanes

Se encuentran en el Chorro de Quevedo. Leonidas es el neurótico cocinero de un restaurante tipo corrientazo de la Candelaria. Ananías es conductor de bus retirado y almuerza con frecuencia en el local de Leonidas para luego echar pola con los vecinos en la tienda de la carrera cuarta. Esa es su rutina de lunes a jueves. Hoy es viernes y Ananías hizo lo mismo que los días anteriores, comer y beber. Solo que ahora termina a pico de botella con la segunda botella de moscatel que compró uno de los vecinos de la cuadra. Se siente borracho ya cuando Leonidas pasa al frente de la tienda, de camino al supermercado de la quinta y para comprar cebollas y tomates.

- Leonito, papá. ¿Qué dice el artista? -grita Ananías.
- No me diga así, borracho hijueputa. Me llamo Leonidas.
- Yo lo llamo como se me da la gana Leonito. No pelié tanto y venga y departe un trago de mostacho con nosotros.
- No me joda que estoy ocupado. Tengo que ir al mercado.
- Ay tan juiciosa la Leonita. ¡Y tan linda que se ve con esas greñas largas biscocha!
- No me busque porque me encuentra viejo malparido -responde Leonidas mientras se arremanga la camisa y golpea con el puño su mano izquierda, en pose desafiante. 

Ananías responde al gesto con un eructo luego del cual rompe la botella vacía de moscatel contra la pared, para quedarse solo con el cuello y sus partes rotas en la mano. El dueño de la tienda y otro vecino intervienen para separarlos. Dos perros callejeros llegan ladrando atraídos por los gritos y dan vueltas alrededor de los cuatro personajes. Una anciana sale por la ventana de la casa al lado y ofrece un pedazo de salchichón a los perros para que dejen de ladrar.

- No qué va. Es que así no se puede -dice Leonidas mientras abotona su camisa. El Ananías no respeta ni a su madre y uno no tiene por qué aguantarle tanto abuso. 

Los vecinos murmuran, a la expectativa de lo que vendrá.

- A callarse ranas que va a predicar el sapo -dice Ananías mientras bota el cuello de botella al piso y se abre paso entre los vecinos y la anciana, ahora en la calle y rodeada de los perros que piden más salchichón. Asume pose de sabio que conoce la naturaleza humana y domina la situación y sigue:
- Ya pasó Leonito. Todo biento en popa. No se amargue que todo se lo digo por su propio bien. A lo bien que no hay mala intención de mi persona.
- Estoy mamado de su forma de ser y de cómo jode siempre. También en el restaurante. Es que usted tiene guevo Ananías.
- Pero Leito es que usted es muy mamón. El otro día le pedí la sal y me puteó.
- Sisas. Y lo vuelvo a hacer viejo resabiado. Ese plato estaba al peluche cafuche y no iba a dejar que se lo cagara.
- ¿Si ve Leonita? Usted es un mariquita muy cansón. 
- Mariquita su madre borracho hijueputa -grita Leonidas mientras le cae encima a Ananías y luego los dos convertirse en un revuelto de puños y patadas hacia las caras, cuellos y estómagos. Los vecinos tratan de separarlos de nuevo pero reciben por igual parte de la paliza así que se hacen a un lado. La anciana llora y grita desesperada mientras los perros la acompañan ladrando. Llegan más vecinos que rodean la pelea gritando "cásquele", "duro al Leonito", "defiéndase borracho".

Luego de un par de vueltas Ananías queda sentado contra una pared y con la espalda de Leonidas sobre su pecho. Lo tiene bloqueado al cuello con su brazo derecho mientras sus piernas cubren las de Leonidas por encima, quien se defiende dando puñetazos a ciegas hacia atrás y buscando la cara de Ananías. Logra ponerle un par de golpes mientras Ananías se defiende con el puño izquierdo. El viejo conductor domina la situación y se siente poderoso:

- ¿Quiubo a ver ñampiro? ¿Ahora sí frescavena o quesos? 
- ¡Usted no diga frío hasta no ver pinguinos! -responde Leonidas, para luego morder el brazo de Ananías, quien lo suelta entre gritos y lloriqueos.
- ¡Ayy! Cojan a este vampiro pirobo. ¡Me chupó la sangre! ¡Me chupó la sangre!

La anciana se desmaya y los vecinos corren a levantarla del piso. Leonidas corre hacia la quinta y los perros van detrás de él, mientras le grita a Ananías, aun en el piso y lamentándose por la mordida en su brazo:

- ¡No me vuelva a pedir la sal! ¡No me vuelva a pedir la sal!

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