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jueves, 11 de julio de 2013

Lunático


Se levanta a mediodía. No oyó el despertador que había puesto la noche anterior y que estaba programado para las nueve de la mañana. Se acostó tarde viendo televisión para conciliar el sueño. Eran las tres cuando apagó la tele. Ahora tiene treinta minutos para llegar a la cita con su novia en el café. Él sabe que no llegará a tiempo.

Anoche, antes de rendirse ante la televisión trataba de terminar el capítulo de la novela que escribe. Después de meses de rutina de escritura y encierro encontró que había perdido el gusto por su actual trabajo. Para que lograra salir a la calle en estos días, su novia tenía que exigirlo después de una buena pelea. Ahora le da igual terminar o no con su novela y va a encontrarse con su novia. 

Entra al baño con el periódico del día, luego de mandarle un mensaje de texto en el que dice que va en camino. Abre la llave de la ducha y se sienta en el inodoro mientras sale el agua caliente. Termina y se afeita en la ducha. Se lava el pelo con bálsamo de manzana. Le encanta ese olor y pierde la noción del tiempo mientras el agua caliente corre por su cuerpo.  

Se viste y sale a comprar cigarrillos a la tienda de la esquina. Camina mientras el cigarrillo está encendido y cuando lo termina para un taxi en la calle. Llega al sitio y su novia lee un libro mientras toma un café. La saluda con un beso en la mejilla y ella apenas lo mira.

- Llegas tarde otra vez –dice ella.
- Me desperté a mediodía, dormí mal.
- Hace una hora dijiste que estabas en camino.
- Así fue. Mi camino comenzó al salir de la cama.
- ¿Alguna vez has pensado en que voy a cansarme de todo esto?
- Pero aún no ha llegado ese momento, ¿es verdad?

Ella lo mira fijamente a los ojos. Él sabe la respuesta y una risa comienza a dibujarse en su cara; también en la de ella. Le da un beso largo y suave mientras acaricia su cara. Le encanta su olor a flores y por primera vez en el día se siente tranquilo. Pide una cerveza al mesero y ella termina su café. 

- No. Aún no llega ese momento. Pero no te confíes demasiado –dice ella.
- Nunca lo hago. Es solo que no tuve una buena noche.
- ¿Escribiste algo de tu novela?
- No. No encuentro el ritmo para terminar.
- ¿Por qué?
- Todo lo que hago es obvio. Ya lo he visto antes, es predecible y aburrido. No me siento cómodo con el final de la historia.
- ¿No estarás siendo demasiado duro contigo?
- Claro que lo soy. Y no hay otra manera de serlo. De lo contrario me convertiría en un ser complaciente y sin criterio. Un narrador sin originalidad. Un novelista sin alma.
- Eres muy bueno para el drama –dice ella mientras se ríe y le toma la  mano. ¿Nunca pensaste en ser actor?
- No soy tu payaso y hablo en serio -le responde mientras suelta su mano.
- Pero no te molestes, solo era una broma.
- No tomas en serio mi trabajo. ¿Cómo pretendes que me ría de mi condición de escritor en medio de un bloqueo?
- Tal vez si te rieras más encontrarías el camino.
- ¿Y cómo diablos va a ser eso?
- Solo deja de ser tan serio –le dice mientras su mano blanca y delicada pasa por debajo de los botones de la camisa y le hace cosquillas cerca al ombligo.
- ¿Crees que estoy loco? –responde mientras se ríe. 
- No, loco no. Estás algo lunático y no dormiste bien –ella lo besa y toma su mano de nuevo. 
- Eso me gusta.
- ¿Qué cosa?
- Ser un lunático. Está claro que no soy un tipo del día.
- Eres un flojo en las mañanas.
- Me gusta dormir hasta que sale el sol. Y protegerme de él.
- ¿Protegerte del sol?
- Sí, tanta luz me agobia. No me deja pensar bien.
- ¿Así que ahora no piensas bien?
- No del todo.
- Voy a aprovecharme de eso –dice ella mientras lo besa de nuevo.
- Te quedan un par de horas hasta que sea yo el que se aproveche –responde él y termina su cerveza.

Llega el almuerzo, comen paninis de prosciutto y toman vino. Es una buena tarde, el sol comienza a bajar y la temperatura es perfecta en la terraza. Luego de la comida toman otra botella de vino y los besos y risas continúan. Él piensa que días así no deberían terminar nunca. Pero no se lo dice. Piensa que ella lo sabe y que su mirada, sus besos, lo dicen sin palabras. 

Para cuando llega la noche están algo borrachos. Ella tiene una cena de familia y él le prometió acompañarla, luego de la pelea de la semana pasada. Ella ve la hora en su reloj y se preocupa.

- Debemos irnos ya –dice ella.
- ¿Adónde vamos? No quiero moverme de aquí –dice él.
- A la casa de mi abuela. Tenemos la comida esta noche. ¿Lo olvidaste?
- Sí. Y además estoy borracho. No estoy de humor para ver a la abuela de nadie.
- Compórtate y no me hables de esa forma.
- ¿Para qué irnos si podemos estar tan bien y cómodos aquí?
- No entiendes nada, ¿verdad?
- Creo que no. Pero quiero tomar otra copa contigo.
- Háblame en serio. ¿vas a acompañarme o no?
- No.
- Entonces te quedarás aquí solo. Y no me jodas más –dice mientras se para y toma su bolso, visiblemente molesta.
- No lo hago todavía.
- Deja tus chistes pesados y cumple tus promesas.
- No estoy listo para hablar de promesas en este momento.
- Nunca lo estás.
- Puede ser.
- Adiós.
- Adiós. 

Ahora él pide otra botella de vino y saca su libreta de apuntes del bolsillo de la chaqueta. Se siente vacío, mareado y las frases toman forma en su cabeza. Está listo para escribir y comienza a hacerlo. La historia continúa y fluye tanto como lo hace la tinta sobre el papel grueso, justo en el punto de humedad que le permite sentir el trazo que imprime cada uno de sus pensamientos, sin que haya lugar a manchas.

Lo invade la tristeza y esta lo motiva a expresar su cansancio y aburrimiento respecto a la rutina y al sinsentido de su existencia. Piensa que muchos hombres logran enfocar su tiempo y trabajo en la lucha por el reconocimiento, por el dinero, o construir un futuro. No es su caso. Él solo quiere disfrutar del momento, describirlo y reír. Comienza a pensar que está loco pero también es consciente de que no hay otro camino válido para su vida. Es duro pero al mismo tiempo esperanzador. Es un camino, largo y a pie. 

Quiere reír y compartir su alegría con ella: que sus dificultades se conviertan en piezas sueltas de un rompecabezas y que al ser superadas encajen una por una, luego de ensayo tras ensayo y miles de errores cometidos, para formar la figura que construyen juntos. Quiere celebrar la llegada de la noche en una fiesta sin final.

Pero sabe muy bien que la historia va a terminar y cuál es el único desenlace posible. El encanto de la noche es pasajero y está destinado a morir al amanecer; sin embargo también lo está a renacer al día siguiente. Comienzo y final se encuentran así como a través de la terraza lo hacen la oscuridad del bosque y la tenue luz del faro que ilumina parte del camino, pero que luego se pierde en un destello en la profundidad de los árboles. 

Al comenzar el día la historia no se ha terminado de escribir. Él encontró una razón para salir de la cama: caminar y compartir el día; celebrar y disfrutar la noche.  

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