Raul
era el vicepresidente de investigación y desarrollo de una multinacional de la
industria farmacéutica. Un tipo con estudios de doctorado en Alemania y los
anteriores a tal grado en Francia e Inglaterra. Sobra decir que dominaba las
lenguas nativas de estos países; era un científico nato que llegó a ocupar
cargos directivos, gracias a su brillante visión del desarrollo de
productos y tecnologías, solamente comparable con el nivel de paranoia y
excentricidad que mantenía en su vida diaria.
Lo
primero que hizo al ser nombrado vicepresidente fue despedir a su chofer y
contratar a uno nuevo que además de conducir el auto asignado por la empresa,
tenía en su hoja de vida cursos realizados que lo convertían en karateka. La
musculatura del tipo daba crédito a la referencia y en sus ratos libres
impresionaba a los compañeros de trabajo con demostraciones de movimientos y
llaves de la disciplina japonesa. Raúl se sintió particularmente seguro con la
elección de su chofer. Pero no sería así por mucho tiempo.
Una
noche el trabajo entre Raul y Carlos, vicepresidente financiero, se extendió
hasta la madrugada y luego de salir de la oficina y cenar habían continuado en
la casa de Raul, con el estudio de un proyecto para el montaje de una
nueva planta de proceso. Al terminar la sesión de trabajo, Raul pidió al chofer
que llevara a Carlos a su casa, pues habían salido de la empresa en el mismo
auto. En el camino fueron interceptados por dos taxis de los cuales bajaron
hombres armados que amenazaron a Carlos y al chofer karateka. Este último
rompió en llanto y pidió a gritos que no lo maltrataran. Carlos no pudo
aguantar la risa y por ello recibió un golpe con el culo del revolver en la
frente.
Luego
de la visita a los cajeros automáticos que sigue a este tipo de situaciones,
Carlos y el karateka, que no paraba de llorar, fueron dejados desnudos y con
las manos amarradas atrás con sus corbatas, en un campo al norte de Bogotá.
Antes de irse, uno de los bandidos les dijo:
- Bueno
hijueputas, aquí termina esta mierda y que sigan vivos depende de que se porten
bien -dijo el tipo mientras les tocaba la nuca a cada uno con el cañón del
revolver.
- Lo
que usted diga señor, pero por favor no me haga nada -respondió entre llantos
el karateka.
-
Callate pues gallina hijueputa y te quedás viendo al piso por media hora o sino
juro que me devuelvo y los mato malparidos. Ya oyeron bien media hora y nada de
maricadas.
En ese
momento Carlos oyó cómo los tipos se alejaban corriendo y luego de unos
segundos subían al carro y se iban del lugar. Miró atrás, se aseguró que no
había nadie cerca y le dijo al chofer:
-
Párese ya, hombre. No hay nadie aquí. Vamos a buscar un teléfono.
- No,
no me voy a parar. Dijo que esperara media hora y no han pasado cinco minutos
-dijo con la voz quebrada antes de comenzar a llorar de nuevo.
- Ya
pasó karateka, camine que no nos podemos quedar aquí toda la noche -respondió
Carlos mientras se limpiaba la sangre de la frente con la mano.
Al día
siguiente la historia ya era un clásico en la oficina y todos, incluso Carlos, se
reían de la transformación del karateka en un cobarde incapaz de oponer la
menor resistencia a los atracadores. Raul se había enterado de la historia al
amanecer por una llamada de la empresa y no volvió a la oficina por las siguientes
dos semanas. Envió un correo electrónico a vicepresidentes y directores de área
en el que explicaba su ausencia así: "Apreciados, lo que sucedió anoche a
Carlos y a mi chofer fue parte de un complot en mi contra, en el que
probablemente están implicados los holandeses que nos presentaron una propuesta
de venta de maquinaria y que rechacé hace poco. Temo por mi vida y es por esto
que en los próximos días me estableceré en un lugar del que no puedo revelar su
ubicación. Espero que puedan tomar las decisiones correctas en mi ausencia. Los
saluda, Raul".
Para
este momento ya nadie en la empresa tenía dudas acerca del particular carácter
de Raul y de su paranoia sin límites. Su aspecto físico contribuía de buena
manera a la construcción de su excéntrica personalidad: piel blanca, bajo de
estatura, delgado, pelo crespo y rubio, bien peinado en las mañanas pero
alborotado y con look afro al final de la jornada. En los días anteriores al
"paseo millonario" el presidente de la compañía había invitado a una comida
en su casa. Carlos y Raul trabajaron hasta la hora de la comida y llegaron
juntos a casa de su jefe. Carlos se anunció en la portería y Raul esperó a un
lado, cuando el portero los sorprendió al llamar por el citófono:
-
Buenas noches, aquí se encuentran el doctor Carlos y su señora.
Cuando
subieron al apartamento del jefe la risa era colectiva y el cuento de
"Carlos y su señora" sería el chiste número uno de los invitados durante toda
la noche, a lo cual Raul solo respondería con risas nerviosas y expresiones de
incomodidad.
Pasaron
las semanas y recuperado ya del asunto de la "conspiración holandesa"
en su contra, Raul regresó al trabajo, esta vez con un mayor esquema de
seguridad personal, chofer y varios escoltas. Asistió a un consejo de dirección
que sería el último para él en la compañía. Durante toda la reunión Raul estuvo
incómodo, secando el sudor de su frente con frecuencia, tomando agua a grandes
tragos y con la cara congestionada y roja. La gente no podía dejar de
mirarlo y compartir su fastidio, como si fuera algo contagioso.
A su
lado estaba sentada María Clara, directora de mercadeo y tal vez la única
persona en la que Raul tenía confianza en la reunión. Luego de secarse la
frente con el pañuelo le pidió la agenda y escribió algo en ella para luego
devolvérsela. Todos los asistentes seguían con la mirada los pasos de Raul y la
reacción de María Clara, que solamente abrió los ojos al leer la nota en su
agenda. La reunión terminó y Raul respiró profundo y fue el primero en salir
del salón. Los demás se acercaron a María Clara, quien sin dudarlo leyó la nota
en su agenda: "María Clara, me siento muy mal y creo que voy a morir
pronto. Te pido el favor a ti y solo a ti, que una vez muera no dejes que
ninguno de estos hijueputas toque mi cadáver. Atentamente, Raul".
2 comentarios:
se muere lentamente en la oscura ciudad
Se muere lentamente en la oscura ciudad
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