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domingo, 21 de julio de 2013

Señor Paranoia

Raul era el vicepresidente de investigación y desarrollo de una multinacional de la industria farmacéutica. Un tipo con estudios de doctorado en Alemania y los anteriores a tal grado en Francia e Inglaterra. Sobra decir que dominaba las lenguas nativas de estos países; era un científico nato que llegó a ocupar cargos directivos, gracias a su brillante visión del desarrollo de productos y tecnologías, solamente comparable con el nivel de paranoia y excentricidad que mantenía en su vida diaria.

Lo primero que hizo al ser nombrado vicepresidente fue despedir a su chofer y contratar a uno nuevo que además de conducir el auto asignado por la empresa, tenía en su hoja de vida cursos realizados que lo convertían en karateka. La musculatura del tipo daba crédito a la referencia y en sus ratos libres impresionaba a los compañeros de trabajo con demostraciones de movimientos y llaves de la disciplina japonesa. Raúl se sintió particularmente seguro con la elección de su chofer. Pero no sería así por mucho tiempo. 

Una noche el trabajo entre Raul y Carlos, vicepresidente financiero, se extendió hasta la madrugada y luego de salir de la oficina y cenar habían continuado en la casa de Raul, con el estudio de un proyecto para el montaje de una nueva planta de proceso. Al terminar la sesión de trabajo, Raul pidió al chofer que llevara a Carlos a su casa, pues habían salido de la empresa en el mismo auto. En el camino fueron interceptados por dos taxis de los cuales bajaron hombres armados que amenazaron a Carlos y al chofer karateka. Este último rompió en llanto y pidió a gritos que no lo maltrataran. Carlos no pudo aguantar la risa y por ello recibió un golpe con el culo del revolver en la frente.

Luego de la visita a los cajeros automáticos que sigue a este tipo de situaciones, Carlos y el karateka, que no paraba de llorar, fueron dejados desnudos y con las manos amarradas atrás con sus corbatas, en un campo al norte de Bogotá. Antes de irse, uno de los bandidos les dijo:

- Bueno hijueputas, aquí termina esta mierda y que sigan vivos depende de que se porten bien -dijo el tipo mientras les tocaba la nuca a cada uno con el cañón del revolver.
- Lo que usted diga señor, pero por favor no me haga nada -respondió entre llantos el karateka.
- Callate pues gallina hijueputa y te quedás viendo al piso por media hora o sino juro que me devuelvo y los mato malparidos. Ya oyeron bien media hora y nada de maricadas.

En ese momento Carlos oyó cómo los tipos se alejaban corriendo y luego de unos segundos subían al carro y se iban del lugar. Miró atrás, se aseguró que no había nadie cerca y le dijo al chofer:

- Párese ya, hombre. No hay nadie aquí. Vamos a buscar un teléfono.
- No, no me voy a parar. Dijo que esperara media hora y no han pasado cinco minutos -dijo con la voz quebrada antes de comenzar a llorar de nuevo.
- Ya pasó karateka, camine que no nos podemos quedar aquí toda la noche -respondió Carlos mientras se limpiaba la sangre de la frente con la mano.

Al día siguiente la historia ya era un clásico en la oficina y todos, incluso Carlos, se reían de la transformación del karateka en un cobarde incapaz de oponer la menor resistencia a los atracadores. Raul se había enterado de la historia al amanecer por una llamada de la empresa y no volvió a la oficina por las siguientes dos semanas. Envió un correo electrónico a vicepresidentes y directores de área en el que explicaba su ausencia así: "Apreciados, lo que sucedió anoche a Carlos y a mi chofer fue parte de un complot en mi contra, en el que probablemente están implicados los holandeses que nos presentaron una propuesta de venta de maquinaria y que rechacé hace poco. Temo por mi vida y es por esto que en los próximos días me estableceré en un lugar del que no puedo revelar su ubicación. Espero que puedan tomar las decisiones correctas en mi ausencia. Los saluda, Raul".

Para este momento ya nadie en la empresa tenía dudas acerca del particular carácter de Raul y de su paranoia sin límites. Su aspecto físico contribuía de buena manera a la construcción de su excéntrica personalidad: piel blanca, bajo de estatura, delgado, pelo crespo y rubio, bien peinado en las mañanas pero alborotado y con look afro al final de la jornada. En los días anteriores al "paseo millonario" el presidente de la compañía había invitado a una comida en su casa. Carlos y Raul trabajaron hasta la hora de la comida y llegaron juntos a casa de su jefe. Carlos se anunció en la portería y Raul esperó a un lado, cuando el portero los sorprendió al llamar por el citófono:

- Buenas noches, aquí se encuentran el doctor Carlos y su señora.

Cuando subieron al apartamento del jefe la risa era colectiva y el cuento de "Carlos y su señora" sería el chiste número uno de los invitados durante toda la noche, a lo cual Raul solo respondería con risas nerviosas y expresiones de incomodidad. 

Pasaron las semanas y recuperado ya del asunto de la "conspiración holandesa" en su contra, Raul regresó al trabajo, esta vez con un mayor esquema de seguridad personal, chofer y varios escoltas. Asistió a un consejo de dirección que sería el último para él en la compañía. Durante toda la reunión Raul estuvo incómodo, secando el sudor de su frente con frecuencia, tomando agua a grandes tragos y con la cara congestionada y roja. La gente no podía dejar de mirarlo y compartir su fastidio, como si fuera algo contagioso.

A su lado estaba sentada María Clara, directora de mercadeo y tal vez la única persona en la que Raul tenía confianza en la reunión. Luego de secarse la frente con el pañuelo le pidió la agenda y escribió algo en ella para luego devolvérsela. Todos los asistentes seguían con la mirada los pasos de Raul y la reacción de María Clara, que solamente abrió los ojos al leer la nota en su agenda. La reunión terminó y Raul respiró profundo y fue el primero en salir del salón. Los demás se acercaron a María Clara, quien sin dudarlo leyó la nota en su agenda: "María Clara, me siento muy mal y creo que voy a morir pronto. Te pido el favor a ti y solo a ti, que una vez muera no dejes que ninguno de estos hijueputas toque mi cadáver. Atentamente, Raul".


2 comentarios:

Leirbass dijo...

se muere lentamente en la oscura ciudad

Leirbass dijo...

Se muere lentamente en la oscura ciudad