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lunes, 14 de abril de 2014

Temores y castigos


1.

Los miércoles a las cinco de la tarde comienza la serie que espera con fervor durante toda la semana. Un capítulo semanal sobre la vida de los integrantes de un equipo de fútbol, sus novias, seguidores y los conflictos con sus padres: es la ilusión que lo mantiene expectante y ansioso por conocer los resultados del capítulo de la semana, y luego del siguiente y del siguiente a ese. En la cabeza del niño, la historia del capítulo recién visto se multiplica, creando espacio a situaciones que él considera pertinentes pero que el capítulo no ha mostrado; momentos íntimos que según él definirán la esencia de los personajes. Así pasa su tiempo, entre la realidad del capítulo del miércoles en la tarde y la ficción complementaria durante la semana siguiente.

El miércoles siguiente el televisor está encendido desde antes de la hora de su serie y muestra algún programa diferente. Pide que se cambie el canal y la respuesta es no. Por más que repite su pedido la respuesta continua en el mismo sentido, con mayor intensidad, autoridad y rabia. No queda nada más que hacer que llorar. No solo va a perder el capítulo semanal, sino la posibilidad de comprobar sus ficciones de la última semana y componer las de la siguiente. Se siente miserable, va a su cuarto y al poco tiempo se queda dormido.

Al día siguiente el silencio es la constante. El desayuno está en la mesa pero no le habla nadie. Lo acompañan al colegio sin ningún tipo de conversación. En la noche durante el noticiero tampoco. Así continúa la situación por tres días hasta que al fin cree haber hecho algo malo. Al final, los resultados de un partido de fútbol en los titulares del noticiero de la noche son el pretexto con el cual pudo volver a tener una respuesta: mira al niño y asiente con un seco mugido. No volvió a ver la serie de los miércoles pues ya no la entendía y en adelante temió volver a encontrar el televisor ocupado.


2.

Las malas notas en matemáticas del segundo trimestre lo hacen merecedor del castigo por el cual la consola de videojuegos queda decomisada durante todas las vacaciones de mitad de año. Fue comprado con sus ahorros y el aporte mayoritario de una tía que viajó a San Andrés. Los videojuegos, reproductores de música y el rock n roll son mal vistos por la autoridad, así que la ayuda de parientes es requerida para adoptar los cambios de los tiempos modernos, que encuentran resistencia en la estructura de poder familiar.

Menos mal la jornada de trabajo deja suficiente tiempo al niño para encontrar el lugar donde se esconde el aparato, sacarlo, jugar y devolverlo a su sitio antes de que lo descubran. También recibe apoyo clandestino para ello. Semanas después se retira el castigo y puede volver a jugar con normalidad, hasta que al poco tiempo sale un ligero humo blanco del aparato, y luego de posteriores fallidos mantenimientos llega a su fin.


3.

Correr aprovechando la ventaja del cuerpo pequeño, inquieto y joven, frente al grande y atrofiado del adulto. La mesa redonda del comedor es el punto ideal donde nunca podrá alcanzarlo, con las escaleras justo al lado, lo cual le da la ventaja de pasar de la carrera en círculos a la de los saltos de dos a tres escalones, que el mayor no podrá seguir. 

Para este momento ya hay un cinturón fuera del pantalón y tiene que llegar a su cuarto en el segundo piso y cerrar la puerta con seguro. Pasará un buen rato ahí y nadie abrirá la puerta, porque días antes quitó la suya del llavero que guardan en el armario junto al tarro de los dulces de frutas. 


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