El clima es el factor determinante de la producción de leche, toda vez que las lluvias tienen un impacto positivo en la producción de alimento para el ganado –pasturas, o granos y cereales usados en el alimento concentrado– mientras que la ausencia de precipitaciones, acompañadas de sol intenso y altas temperaturas ocasionan el efecto contrario, cobrando la vida de miles de animales y generando el riesgo de desabastecimiento de alimentos. Colombia se encuentra actualmente en el segundo escenario, consecuencia del Fenómeno del Niño; por otra parte el ritmo del ciclo verano – invierno se acelera cada año. El clima mundial está patas arriba –léase cambio climático– y el mercado primario de leche fresca, aquel en el que intervienen ganaderos productores y acopiadores de leche, se encuentra de igual forma.
Sin embargo cada fase del ciclo
climático en la producción presenta oportunidades y amenazas, según el eslabón
de la cadena en el cual se sitúe. En las épocas de lluvia la producción de
leche se incrementa dramáticamente y el caso de la costa atlántica lo
demuestra: una vez comienza la temporada de lluvias en el primer trimestre del
año, la producción se incrementa en un 30% en cuestión de pocos días, y aquí
entra al juego la impopular “enlechada”, momento en el cual los ganaderos
tienden a bajar el precio de la leche con tal de garantizar la entrega del
total de su producción al recolector, que puede ser una empresa o un intermediario.
El comprador recoge solamente la leche que sabe que podrá comercializar, pues
llevarla a inventarios no es un buen negocio, así que generalmente queda leche
en las fincas y aquí es cuando del malestar campesino se originan las
impactantes fotos de cantinas boca abajo y leche corriendo por las carreteras,
las mismas que revolucionaron al país a mediados del 2013, cuando se inició el
paro agrario. Las dificultades de la situación para el ganadero contrastan con
la oportunidad del comprador de leche, al tener suficiente oferta de materia
prima y a precios bajos.
Por el contrario y en una etapa
como la actual, la reducción en la oferta de leche obliga a los compradores a
subir el precio al ganadero, compitiendo por el suministro de leche que en sus
mayores volúmenes se transa sin contratos de proveeduría, por lo cual el
productor de leche pasa de una empresa a la otra, así como un día llueve y al
otro sale el sol tropical. He aquí el momento del desquite ganadero, y en el que
los acopiadores comienzan a rezar por el regreso de la lluvia.
Esto sucede en un contexto de
desintegración de la cadena de valor, que en países desarrollados llevó a
esquemas asociativos como las cooperativas, mediante los cuales los productores
se unieron para avanzar como eslabón, bien sea en el montaje de centros de
acopio, plantas de proceso, pulverizadoras –fundamentales para garantizar la
absorción del total de la producción en épocas de sobreproducción– o en todas
las anteriores. El caso más relevante es el de Nueva Zelanda, principal
exportador mundial de leche, donde nació la cooperativa Fonterra, unión de las
distintas cooperativas regionales de las islas norte y sur, y la cual procesa,
comercializa y exporta el 98% de la producción láctea del país kiwi.
En Colombia los ejemplos cooperativos
son escasos y polémicos, pues la ausencia de políticas de gobierno corporativo las
ha convertido en entidades a obra y semejanza de su patriarca fundador,
generando malestares en la base ganadera. La generalidad de la industria consiste
en esfuerzos individuales de ganaderos que, invirtiendo en equipos de proceso, se
consolidaron como el eslabón procesador. Es así como el país se encuentra desde
hace décadas en esa etapa inicial de desintegración de la cadena láctea, y
probablemente esa estructura no se modifique dados los intereses económicos y
políticos creados bajo el statu quo. Lo que sí puede pasar es que una serie de
actores industriales desaparezca en el proceso de consolidación de economías de
escala, y sean así adquiridos o fusionados con los líderes del mercado. Esta es
la tendencia mundial.
Sobra decir que esta situación se
convierte en la principal falencia para la competitividad sectorial, pues el
debate se centra en la relación industria – ganadero, y los elementos fundamentales
para el futuro del negocio quedan en un segundo plano: impacto del cambio
climático, políticas de bienestar animal, seguridad alimentaria o mejoramiento
del estatus sanitario del país ganadero. La relación de los dos eslabones puede
compararse con la de dos cavernícolas vecinos y en constante lucha con su mazo,
proporcionado porrazos cada vez más fuertes a su respectivo turno: verano o
invierno.
Mientras esto sucede, y seguirá
sucediendo por años, cavernícolas extranjeros nos miran con curiosidad, abren
los ojos y chorrean las babas ante la oportunidad de usar sus mazos de mayor
tamaño para dejar quietos del batacazo a los perplejos nacionales, y apropiarse
de un mercado de 40 millones de habitantes que lucha por salir de la pobreza,
aumentando su poder adquisitivo de manera constante.
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