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jueves, 15 de octubre de 2015

La ficción de la participación indebida en política



En El Espectador de hoy se encuentra como noticia principal, a la polémica desatada por cuenta de los indicios de participación indebida en política del Vicepresidente Vargas Lleras y del Ministro Cristo, al entregar importantes obras de infraestructura en el caso del primero, y orientar el debate electoral hacia el apoyo del proceso de paz en el segundo. Todo lo anterior, en vísperas de las elecciones locales.

La participación indebida en política es un concepto inaplicable y mojigato. La función de los altos ejecutivos del gobierno es fundamentalmente política, pues su carrera se construye en el terreno de la política, son elegidos gracias a los méritos obtenidos en ella, y sus actos tienen impacto sobre los distintos niveles de la sociedad a través de decisiones e instrumentos de política pública. Pensar que en Colombia un acto público carezca de implicaciones electorales es desconocer la realidad del debate público, así guste o no.

Es ingenuo considerar a los actos de gobierno como hechos exentos de repercusiones en los distintos ámbitos de la sociedad. Si el gobierno realiza obras, y las entrega bien hechas, es justo que por ello se obtengan réditos en términos de opinión favorable y visibilidad en los medios y redes sociales. Ese es el juego de la política.  

El escenario que plantea la regulación de la participación en política es ideal para la oposición –de nuevo derecha e izquierda unidos en exótica pareja, como se mencionó en Paz Agridulce–, que encuentra en este debate munición infinita para atacar al gobierno, gracias al concepto efímero de dicha norma. Esto conlleva a la parálisis del estado en épocas preelectorales, razón por la cual se dejan de atender los distintos compromisos de gobierno, por temor a la intervención de los entes de vigilancia y control.

Una actitud de avanzada para la oposición, sería la de cuestionar las obras o acciones en su carácter particular –impacto social, ambiental, costo-beneficio– y no en la vaga generalidad respecto a supuestas acciones indebidas. Esto llevaría a un ejercicio técnico y profundo del debate, y permitiría al electorado tener mayor nivel de información sobre las opciones disponibles para su voto.

Lo peor del asunto son las implicaciones en cuanto a la negociación política por debajo de cuerda y la corrupción a la cual esta conlleva. Si no se puede hacer política abiertamente, se realizará por otros medios, seguramente nada transparentes, dándole así cancha al clientelismo y a todo tipo de malas prácticas. Aquí se aplica el mismo incentivo perverso del prohibicionismo hacia el consumo de alcohol o drogas: la actividad continúa y se fortalece en las sombras, creando monstruos peores a los que se pretendía combatir.


En un país como Colombia, con pésima infraestructura vial y un conflicto armado de más de cincuenta años, es válido que el debate electoral incluya acciones como las que se anuncian por estos días, en términos de mejorar la competitividad del país y acercarnos a la reconciliación nacional, a través del tortuoso camino que se recorre en La Habana.

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