La noción más popular acerca del
fascismo es la que se refiere a los movimientos nacionalistas que surgieron en
Europa –particularmente en Italia, Alemania y España– en la primera mitad del
siglo veinte, y que finalizaron luego de la derrota que sufrieron en la segunda
guerra mundial, con la excepción del fenómeno español que continuó hasta las
últimas décadas del mismo siglo. En cualquier caso, las clases de historia
presentan al fascismo como un fenómeno del pasado.
Sin embargo la realidad es
diferente y las ideas de extrema derecha resurgen con facilidad y en distintos
rincones del planeta, lo cual lleva a pensar que el fascismo nunca murió, sino
que se adaptó a una primera fase de ocultamiento y renovación, para continuar
luego con su causa cuando la coyuntura fuera propicia para tal fin.
Cuando el desenlace de la Segunda
Guerra Mundial era evidente y su destino en contra de los intereses alemanes e
italianos, tuvo lugar la migración de miles de ciudadanos de estos países,
civiles y militares, hacia el cono sur americano. En este orden de ideas, Juan
Domingo Perón planteó abiertamente su simpatía con el proyecto nazi,
manifestando que “los juicios de Nuremberg eran una infamia”. Durante su mandato,
Argentina recibió a antiguos oficiales del ejército alemán, funcionarios del
servicio secreto de la SS, así como a técnicos y científicos relacionados con
el Tercer Reich.
No solo estaba de por medio la
afinidad ideológica de Perón con los nazis, sino también la oportunidad de
fortalecer a la industria militar y al sector económico argentino en general, gracias
al liderazgo científico y la tecnología de los fugados europeos; una vez establecidos
en Argentina, estos personajes dieron inicio al boom de la exportación
suramericana de materias primas hacia Europa, incluso hacia la Alemania que se
recuperaba gracias a la cooperación financiera norteamericana del Plan
Marshall.
Existen diversos estudios y
publicaciones acerca de la extracción de Alemania de los líderes nazis, para
ser llevados a Argentina y reubicados con nuevas identidades, garantizando así
su supervivencia y la continuación de su
lucha, en términos de la controversial obra de Adolf Hitler. El gobierno
suizo apoyó al argentino en dicha causa, permitiendo que los alemanes llegaran
ilegalmente al país más neutral del mundo, e incluso el Vaticano otorgó protección
a altos mandos del nacional socialismo.
Una interesante teoría –por ahora
de carácter literario– plantea que Mussolinni no murió abaleado junto con su
amante Clareta Petacci, sino que aquel era su doble. El verdadero líder logró
huir con ayuda de la Santa Sede y con destino final a la Argentina, gracias al
pacto de los servicios secretos de occidente (Stay Behind), preocupados por el inicio de la guerra fría y el
avance comunista de la Unión Soviética y sus satélites alrededor del mundo, razón
por la cual tendrían al Duce como as
bajo la manga para un eventual resurgimiento del proyecto de extrema derecha, y
enfrentar así la revolución que se lideraría desde Moscú.
La tarea de investigar los
crímenes nazis en la Alemania de la postguerra se vio truncada por la división
del país entre los hasta entonces países aliados, con sus consecuentes
jurisdicciones y tribunales independientes. Por otra parte, la teoría de la “culpa
colectiva” alemana en el holocausto de judíos, europeos orientales y disidentes
del régimen, es el escudo de defensa perfecto para los nazis directamente
involucrados, pues los exonera de su responsabilidad individual. Entre los
fugados a Suramérica y los que se quedaron en Europa, reubicados y con nuevas
identidades, el proyecto fascista sobrevivió.
Lo que aquí se encuentra no es
solo el resultado de un plan delicadamente estructurado, al estilo de la mejor
historia de novela policíaca; por el contrario, se trata de algo mucho más
sencillo y relacionado con el espíritu humano: el debate inacabable entre ideas
liberales y conservadoras. E hilando más delgado, entre ideas del amplio
espectro de la derecha: el conflicto entre el fascismo y el bloque conformado
por la Europa occidental y Estados Unidos, puede entenderse como la
contraposición de las ideas de extrema derecha del primero, con las de una derecha
moderada en el segundo, siendo este conflicto el causante de la Segunda Guerra
Mundial.
Vale la pena traer este debate en
el actual contexto de recesión económica mundial, caldo de cultivo de los
proyectos de extrema derecha. Por fortuna, hasta ahora sus líderes caen por su
propio peso dado el ridículo al que se exponen a diario en medios y redes
sociales. Sin embargo, el riesgo está presente, y algún día tendrán a un dirigente más capaz y maquiavélico.
La crisis migratoria ejemplifica
las dos posiciones encontradas en la disyuntiva ideológica: un gobierno alemán que evita repetir los
errores de la historia al culpar al extranjero –migrantes africanos– ofreciéndole ayuda, y al otro lado del Atlántico una fuerza radical conservadora
norteamericana, representada en el Tea Party y en algún multimillonario
republicano, que encuentra en Suramérica al chivo expiatorio de sus males.
Al tratarse de ideas en contraposición eterna, hablando de los enfoques liberal y conservador, es importante no perder de vista el problema del fascismo, que no hace parte del pasado sino que todo lo contrario, continua vigente a nivel mundial.
Al tratarse de ideas en contraposición eterna, hablando de los enfoques liberal y conservador, es importante no perder de vista el problema del fascismo, que no hace parte del pasado sino que todo lo contrario, continua vigente a nivel mundial.
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